CAPÍTULO 4

Pasado un mes, y después de hacerme algunas visitas más, Carlos y Esthela me invitan a pasar un fin de semana en su casa. 

Me costó mucho tomar la decisión, pero al final, me atreví y fui a Portugal. 

Un poquito antes de llegar allí, llamo a Esthela para que vengan a recogerme a la estación de autobuses. 

Una vez en Portugal, bajo a toda prisa del bus, y le pido mi maleta al chófer; antes de darme la vuelta, veo que Carlos y Esthela están detrás de mí por el reflejo del autobús. 

—Hola, Esthela. 

—Hola, Keyla. 

—Hola, Carlos —le digo sin mostrar mucho interés, cuando termino de abrazar a Esthela. 

—Hola, preciosa. ¿Nos vamos a casa? —dice dándome dos besos. 

—Sí, vámonos, pero… necesito estirar mis piernas un poco —les digo entre risas. 

Carlos coge la maleta de mis manos, nos guía hasta el coche, introduce la maleta en el maletero, y abre la puerta para que monte. Esthela va con él de copiloto. 

Al cabo de unos treinta minutos, llegamos al parking donde Carlos deja su coche, lo detiene, y como no encuentro la manilla de la puerta porque el coche es muy pequeño, Carlos se baja y me abre la puerta. 

—Baja, anda… —dice, burlándose de mí. 

—Muchas gracias, hombre, no sabía que necesitase un hombre en mi vida para abrir la puerta del coche. 

—Id subiendo, yo voy a cerrar el coche —dice, mirando a Esthela. 

—¿Me das la maleta? 

—No, ahora te la subo yo. 

Viven en un bloque de pisos, en un pueblo de Portugal llamado Fortaleza. El pueblo es muy bonito. Está rodeado por una muralla en forma de estrella de ocho puntas y las casas están dentro de la muralla. 

Esthela está muy contenta por mi visita, pero sus ojos me dicen que algo no va bien. Mientras esperamos a que baje el ascensor, intento hablar con ella. 

—¿Has llorado? 

—No pasa nada. 

Cuando llega el ascensor, se abre la puerta, montamos y marcamos el cuarto piso. 

—¿Habéis discutido?, me lo puedes contar si quieres, las amigas estamos para eso. 

—Carlos y yo lo hemos dejado —dice, mientras brotan lágrimas de sus ojos. 

—¡Vaya!... ¿Qué ha pasado?, si estabais muy bien, se os veía muy felices. 

—Sí, estábamos muy bien, pero sus padres no aprueban lo nuestro, llevamos mal un par de meses, y Carlos ha decidido que solo seamos amigos. 

—Un par de meses, ¿por qué no me lo has contado antes? 

—pregunto asombrada. 

Se abre la puerta del ascensor y salimos. Cruzamos un pequeño pasillo y Esthela saca las llaves para abrir la puerta. 

Una vez dentro de casa, enciende la luz y me la enseña. Tiene dos habitaciones, el salón, la cocina, baño, y a medida que me lo enseña va contándome lo enamorada que está de Carlos. Me da pena por ella, pues se nota que lo está pasando muy mal. Escucho la cerradura de la puerta, me asomo un poco y veo que es Carlos. 

—¿Por qué has tardado tanto? —le pregunto a Carlos. 

—He ido a alquilar una película. 

—¿Qué peli has traído? —pregunta Esthela. 

—¡¡¡SPIDERMAN!!!, Gatita —responde emocionado. 

«Buff, Gatita, dice otra vez, estos dos están locos», pienso para mí. 

Cojo mi teléfono para llamar a Sandra y me salgo a una terraza pequeña que tiene el piso, para que sepa que estoy bien y que ya he llegado. 

—Hola, Sandra. ¿Qué tal? 

—Muy bien. ¿Y tú? 

—Llegué muy cansada, pero ya estamos en casa. 

—Me alegro por ti, pásalo muy bien. Rubén y yo tenemos algunos planes para esta noche. 

—¡Oh!, ¡qué bonito!, entonces, tendré que llamarte mañana también —le digo, mientras recuerdo su escena sexual. 

—Vale, llama cuando quieras, besos, chao —dice Sandra. 

—Besos, chao. 

Llega la noche y Carlos nos invita a cenar en un restaurante. 

Después de la cena, al llegar a casa, Esthela se va directa a la cama. 

—Hasta mañana, chicos, yo también me voy ya a dormir —les digo a los dos. 

—No me dejes aquí solito, es un poco temprano aún —dice Carlos tirando de mi mano para que me siente con él en el sofá. 

—La verdad, yo… me encuentro muy cansada, quisiera irme a descansar. A no ser que quieras algo. 

—Sí, quiero algo. Me gustaría poder hablar con una amiga. 

Me siento a su lado para hablar con él y después de escuchar durante una hora cómo había decidido dejarlo con Esthela, empiezo a bostezar por el aburrimiento. 

—¿Tienes sueño? 

—Sí. 

Carlos empieza a bromear conmigo, sin saber cómo, ni por qué, mi cara termina en sus manos. 

—Eres tan guapa —me dice pasando su pulgar por mi labio inferior. 

—¿Qué haces? —pregunto, intentando averiguar sus intenciones. 

Antes de terminar de pensar, me besa los labios, le sujeto las muñecas y me retiro enseguida de su boca. 

—¿Qué coño haces? Esthela es mi amiga. 

—Shht, shht, solo ha sido un beso, y tengo que reconocer que me gustas mucho —dice alegremente. 

—Pero ¡qué dices!, Esthela aún te quiere. No vuelvas a besarme nunca más. 

—Ella ya lo sabe, y está de acuerdo en que seas mi novia. 

Al escuchar esas palabras hacen que me levante del sofá y me vaya a mi cuarto. Cierro la puerta de un pequeño portazo, me pongo el pijama y empiezo a pensar. No sé lo que pasa aquí, pero pienso averiguarlo, mañana hablaré con Esthela. 

Con el cabreo que tengo me quedo dormida enseguida. 

Estoy en la ducha enjabonando mi cabello y me entra jabón en los ojos. Me escuecen tanto que abro la puerta para coger una toalla, me los seco un poco y, al cerrar la puerta, allí está Carlos, dentro de la ducha, conmigo, tranquilo, ardiente, mirando mi cuerpo desnudo. Me doy la vuelta para que no me vea, él pasa su mano por mi espalda, me sujeta por la cintura, y me gira, pegándome a su pecho. 

Comienza a besarme apasionadamente, yo me abrazo a su cuello, lame el lóbulo de mi oreja, me coge y rodeo su cintura con mis piernas. 

Pega mi espalda a la pared de la ducha y me penetra, comenzamos a mover nuestras caderas rítmicamente, hasta que empiezo a ver su cara borrosa por el agua que cae sobre nosotros; dejo de moverme y Carlos me suelta en el suelo, el agua me llega a la barbilla, casi no puedo respirar, falta el aire aquí dentro. Intento abrir la mampara y no puedo, con el vaho del calor no veo nada, Carlos sujeta mis brazos y comienzo a chillarle. 

—Suéltame, quiero salir de aquí. 

—No puedes, es mejor que mueras aquí conmigo llena de placer. 

Carlos suelta mis brazos y golpeo el cristal tan fuerte como puedo. Escucho un ruido e intento darle más fuerte. 

Me despierto y siento mi corazón palpitar vivamente, entre mis jadeos. Voy recobrando un poco de aire, y escucho que alguien está llamando a la puerta. 

—Adelante —digo, casi sin poder hablar. 

—Dormilona, despierta —dice Esthela, mientras entra en mi cuarto. 

—Tengo que hablar contigo, anoche pasó algo con Carlos y quiero que lo sepas. 

—Ya me lo ha contado todo Carlos, me parece perfecto y espero que seáis muy felices. 

—¿Qué? ¿Cómo no?, qué eficiente es Carlos —le digo a Esthela muy molesta. 

Llena de indignación me quito el pijama, me visto y salgo de la habitación para desayunar. No dejo de pensar en por qué Carlos se lo ha contado todo a Esthela y cómo ha tenido la cara de decirle que me ha besado. ¿Qué más cosas le habrá dicho? Y… ¿Cuándo? A lo mejor se lo ha contado esta mañana. 

  

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