50. Necesito que encuentren a mi esposa
Esa mañana, había salido de la habitación al alba. No había podido dormir en toda la noche, no después de todo. Y lo primero que hizo fue ir a buscarla. Sintió cierto alivio en su pecho al ver la puerta ligeramente abierta, pero, al entrar, encontró el espacio vacío.
Rápido bajó a la cocina, preguntando a María por ella, quien no supo darle respuesta, y lo ayudó a buscarla.
— María, esto no me está gustando — dijo Ramsés, intuyendo algo malo. Su pecho se lo decía. Se lo gritaba.
— Tranquilo. Quizás está tomando el aire. Enviaré a una de mis muchachas a buscarla.
Pero media hora más tarde, ni las sirvientas ni peones la habían visto. Era como si… no existiera.
— ¡No puede ser! ¡No puede ser que nadie la haya visto! —exclamó, golpeando con fuerza la mesa. Su mente se llenó de imágenes aterradoras: Gala sola, vulnerable, embarazada, y con Giulia y Simón rondando como sombras amenazantes.
Subió de nuevo las escaleras, revisó su habitación por tercera vez, buscando desesperadamente algo que