32. No volvería sin su esposa en brazos
— ¡Habla ya, muchacha! ¿Qué esperas?
— Es que, María, yo… yo creo que cometí un error, uno muy grave, y por eso la señora ahora no sabemos dónde está.
— ¡Dime de una buena vez que eso que hiciste, muchacha del demonio!
— Bueno, lo que pasa es que… alguien llamó a la señora, y me dijo que era de vida o muerte que le pasara el teléfono, entonces yo lo hice, pero ya sabe lo curiosa que soy y me quedé escuchando detrás de la puerta — la muchacha jugaba nerviosa con sus dedos.
— ¿Y qué escuchaste? — exigió María saber, con el corazón en la mano.
— Pues es que ese es el problema, que no entendía nadita de lo que hablaban.
María miró al cielo y volvió la vista a esa muchacha seriamente.
— ¿Qué fue lo primero que escuchaste? — quizás de esa forma podía conseguir una pista que la llevara a esa pobre muchacha que, sospechaba, podía estar en peligro.
— Bueno, la escuché preocupada, dijo algo como… “Nada, ¿Dónde estás?”
María abrió los ojos.
— ¡Continúa!
— Después, hablaron de un tal simón, la señ