Ella sufre una transformación ante mis ojos: su porte solemne se desvanece y adopta una actitud más juvenil, casi adolescente. Con un gesto inesperadamente infantil, se rasca la cabeza, despeinando algunos mechones de su cabello etéreo.
— Pues, de eso no estoy muy segura —mi corazón se contrae dolorosamente ante sus palabras, como si una mano invisible lo estrujara. Ella, notando mi angustia, se apresura a continuar—. Pero una vez escuché que debes aferrarte a algo o alguien, por lo que valga la pena y desees vivir.— Pero no sé qué significa —murmuro, más para mí misma que para ella, mientras mi mente repasa las personas importantes en mi vida—. Tengo a mis padres, que claro, no quiero que sufran por mí.— Sí, eso es cierto, pero los abandonaste —dice ella con un tono de reproche que me molesta.— Solo me alejé un tiempo, ello