26. EL CELTA BENNU
BENNU:
Mis hombres inclinan la cabeza, sabiendo que no tienen excusa. La responsabilidad de la protección es indivisible, y yo, más que nadie, les exijo ese compromiso. Uno de ellos da un paso al frente. Su postura es firme, aunque la culpa le mancha el orgullo, y habla de la valentía suficiente para enfrentarme.
—Señor, fue en el cambio de guardia —dice el segundo—. Unos novatos dejaron su puesto diez minutos antes. Ya lo investigué todo, señor. Es mi culpa.
Los miro sin decir nada, mientras sigo caminando de un lugar a otro, pasando mi mirada ahora por los novatos; hay dos que tiemblan en sus lugares. Me acerco, los tomo por las cabezas y los lanzo al suelo violentamente. Mi segundo viene corriendo y se pone delante de ellos.
—¡Perdónelos, señor, fue mi error! ¡No debí ponerlos juntos, señor! ¡Debí haberlos colocado con alguien con experiencia! ¡Yo recibiré el castigo por ellos! —y cae de rodillas delante de mí.
El silencio que sigue es absoluto. Los hombres apenas se atreven a re