III

Después de que el chico misterioso me diera unas gafas que dijo era de aviador o algo así, me las puso y usó un palo de madera que había en la habitación para hacerme un bastón improvisado. Agradecí su molestia por ayudarme y me levanté sin saber qué hacer, ya que Camille debe estar con Will, quien sabe dónde y no conozco el camino a casa.

Ni siquiera sé dónde estoy, así que, la situación se me complicó a lo que él chico cuando salió del baño de la habitación tomó mi mano con delicadeza llamando mi atención.

- ¿Quieres que te lleve a tu casa? – se ofreció con total sinceridad. A lo que asentí dudando.

- Primero tengo que encontrar a mi hermana

- Bueno y ¿cómo se llama? – preguntó mientras empecé a dar pasos hacia la salida y él me abrió la puerta.

Giré a la izquierda como me indicó cuando entrelazó sus dedos con los míos y me jaló hacia esa dirección – Camille – murmuré cuando seguimos por el pasillo y al décimo segundo paso giré a la derecha encontrando el primer escalón. Revisé que no hubiera nada que obstaculizara mi camino y lo bajé con duda.

Así baje los trece escalones hasta que llegamos al suelo.

- Podía haberte alzado de nuevo – comentó jalándome hacia algún lugar desconocido mientras pasaban personas borrachas o riéndose y la música sonaba muy duro a cada paso que dábamos.

- No quiero ser una carga para ti, suficiente tengo con lo que hiciste hace un rato – casi grité para que pudiera oírme, a lo que logré percibir su aroma y me detuvo pasando una mano por mi cuello, atrayéndome hacia él.

- ¿Por qué lo serías? Lo vale – murmuró en mi oído haciendo que mi corazón latiera desbocado sin razón aparente.

Cuando iba a abrir la boca, un grito muy conocido se hizo presente. Camille.

- ¡¡Alia!! – Gritó al tiempo que me aparté del chico y Camille me abrazaba apestando a alcohol - ¿Dónde has estado? Creí que te habías ido como dijiste – tropezó sus palabras haciendo que cerrara los puños enojada.

- ¡No pude porque un hombre rompió mi bastón...! – Señalé levantando mi bastón de repuesto - ¡y mis gafas las tiro al suelo! ¡Me dejaste sola, Camille! – grité haciendo que ella soltara la carcajada.

- Pero por favor, se nota que estas muy bien acompañada... - se burló supongo mirando al chico que me ha salvado dos veces en la misma noche – además, te veo perfecta y hasta coqueteando, algo muy raro en ti.

Suspiré rendida dando media vuelta para irme, pero recordé que la necesito para saber la dirección de nuestra casa, así que me giré y busqué a tientas el brazo del chico que lo acercó, hasta que pude entrelazar mi brazo con el suyo.

- Me voy a casa. Necesito la dirección – ordené haciendo que después sonara el móvil de Camille.

- Bien. ¿Tú la llevarás? – preguntó supongo al chico junto a mí, que dijo algo que no pude entender

Después de varios minutos donde Camille le dio la dirección y él chico la anotó en su móvil, me fui hacia la salida y subí a su auto dirigiéndonos a mi casa

****

Bajé los escalones y aún con mi bastón improvisando, llegué a la cocina donde el aroma a chocolate y Omelette, inundó mis fosas nasales, haciendo que mi estómago rugiera.

- ¡Huele al paraíso! – exclamé emocionada caminando hacia mi puesto.

Me senté y escuché que mi madre seguía cocinando, pero estaba callada y mi padre lo sentí junto a mí, en su puesto mientras escribía algo, pero también estaba callado. Al momento sentí las miradas de los dos perforarme.

- ¿Pasó algo? – pregunté dudosa enarcando las cejas.

- O sí. Sí que pasó, Alia – comentó mi padre a mi lado que tiró el bolígrafo sobre la mesa.

Tragué saliva entrelazando los dedos, jugando con las uñas – Dije que no quería hablar sobre ello, por favor.

- ¿Cómo pretendes que nos quedemos callados?... – espetó mi madre desde la cocina haciendo que gruñera, llevándome las manos a la cara - ¡llegaste a casa con un desconocido, y tenías los ojos rojos como si hubieras llorado, un palo como bastón y unas gafas gigantes sustituyendo las tuyas y además sin celular!

Negué, pero mi padre tomó mi mano calmadamente – Cariño, sé qué haces lo posible por tener una vida normal, pero... tienes que contarnos que sucedió – murmuró haciendo que negara apartando mi mano de la suya.

- Ya les dije. Un borracho rompió mi bastón cuando cayó encima mío, perdí los lentes y no tengo idea donde se cayó mi móvil... - expliqué jalando mi cabello hacia atrás - ¿Pueden por favor dejar de hacer preguntas?

Como respuesta, recibí el silencio de los dos. Cosa que agradecí por completo hasta que apareció Camille gruñendo supongo por el dolor de cabeza.

La ignoré por completo mientras recordé cada detalle de la noche pasada y parte de la madrugada, evocándome el pensamiento del chico que me ayudó. Fue muy generoso al ayudarme, ayudar a una ciega, pero jamás me tomé la molestia de preguntar su nombre. Él sí sabe el mío y conoce a mi hermana, pero yo no sé nada de él, ni siquiera como es. Solo reconozco su voz, su risa tan particular y su aroma a colonia cara y el suyo propio que olía como al bosque cuando recién ha lloviznado, que desprende un aroma rancio de la madera mojada, pero al mismo tiempo agradable por las hojas y flores silvestres. Un aroma que jamás había tenido la oportunidad de percibir y ahora que lo había guardado en mi memoria, no pensaba olvidarlo tan fácilmente.

Finalmente, entristecida, quise imaginarlo con respecto a lo que si se dé el. Su confianza en cada palabra que dice, la autoridad y como vocaliza cada palabra como si fuera un placer para él decir cada palabra, como si le gustara el sonido de ellas y decidiera decirlas más lento para así dar más un mensaje claro, autoritario, lleno de confianza y al mismo tiempo que hace que uno nunca olvide esa voz porque es inconfundible de entre millones...

- ¡Alia! – gritó Camille sacándome de mi ensoñación haciendo que tirara los cubiertos al suelo asustada.

Mi madre de inmediato corrió su silla y se fue a recoger mis cubiertos, cambiándolos por unos nuevos que dejó en mis manos con delicadeza.

- ¿Estás bien? – preguntó volviéndose a sentar.

Tragué saliva asintiendo – Sí. Solo un poco distraída, no dormí bien después de que llegué – comenté comiendo un poco de mi Omelette con jamón y queso.

- De pronto estás así, por el chico que te trajo ¿no es así? – preguntó Camille con cierta diversión, que hizo que papá la regañara y yo me atragantara con mi bocado.

Empecé a toser botando de nuevo los cubiertos, asustando a mis padres que de inmediato se levantaron y después sentí las manos de mi madre darme suaves palmaditas en la espalada y papá después dejó en mi mano derecha un vaso de cristal.

- Toma un poco – ordenó en un susurro detonando su voz un poco de susto.

Asentí y tomé un trago de agua refrescándome la garganta irritada, aliviándome por completo. Dejé el vaso en la mesa, pero papá lo tomó y terminó de dejar allí mientras mamá se acercó a mí.

- ¿Estás bien, cariño? ¿Necesitas algo? – preguntó asustada.

Negué tragando saliva, escuchando a mi hermana que dejó los cubiertos sobre el plato tintineando.

- Sí que necesita algo. Necesita al chico de ayer – comentó con diversión.

Cerré los puños levantándome de la mesa – Me retiro, no me siento muy bien – murmuré tomando el bastón improvisado y papá se levantó para ayudarme, pero negué retirándome.

Mientras subí las escaleras, escuché a lo lejos las voces disipadas de mis padres y Camille peleando. Ignoré todo ello, y subí a mi habitación.

****

Pasaron así los días y pronto mis padres pudieron comprarme un nuevo bastón y unas gafas apropiadas. Con cada día que pasaba, empezaba a ignorar aún más las bromas de mi hermana con que me había enamorado de un chico que ni siquiera podía ver y además de todo. Estaba fuera de mi alcance.

La verdad es que ni siquiera entendí acerca de que estaba fuera de mi alcance, por lo que me limité a seguir lo que quedaba de mis pocas vacaciones con mis padres en casa y pocas veces salía, solo para acompañar a mamá a hacer las compras y a papá a la biblioteca, donde me compró varios libros para poder entretenerme en la playa en la tarde, mientras llegaba el atardecer y entraba para soportar otra ronda de bromas de Camille.

Justo al sexto día del incidente de haberme casi atragantado con un poco de Omelette, decidí irme a sentar en el césped escuchando un poco de música sintiendo el calor del sol envolverme hasta que me interrumpió Camille, quitándome los auriculares de un jalonazo.

- ¿Qué te pasa? – espeté buscando a tientas los cascos inalámbricos para poder colocármelos, pero Camille se sentó a mi lado.

- Déjalo, te tengo una súper noticia – murmuró emocionada escuchando después su risa coqueta.

Suspiré rendida haciendo un mohín – No quiero saberla. No me interesa.

- Sé que lo hará, solo escucha

Gruñí cruzándome de brazos – Dilo – ordené sin convicción.

- Vino

- ¿Qué? – Enarqué las cejas sin entender nada - ¿Quieres vino? Pues yo no tengo

Camille soltó la carcajada – No, tonta... me refiero a que vino.

- Quién vino – casi afirmé empezando a buscar de nuevo los cascos, pero Camille se levantó dejándomelos en la mano.

- El chico que te salvó la otra vez vino. Está en la sala, solo por si quieres recibirlo – comentó haciendo que bufara.

- Tal vez te busca a ti, a mí ni me conoce

- No. Vino por ti. Ha pedido a nuestros padres hablar contigo 

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