IV

Entré detrás de Camille dejando la puerta abierta y los pasos de alguien acercándose me hicieron detenerme.

- Alia, el chico que te trajo la otra noche dice que quiere hablar contigo – murmuró mamá tomándome del brazo llevándome a la sala donde al entrar escuché la conversación de mi padre con el chico sin nombre.

- Es muy bueno el escritor, pero tiene una forma de expresarse muy cruda... casi como si no sintiera nada – comentó mi padre escuchando que su voz tenía un tono de interés y al mismo tiempo feliz de que podía hablar con otra persona que no sea yo sobre libros.

- Apoyo su idea, pero señor, hay que tener en cuenta, que está contando su historia en la guerra. Obviamente tiene que ser crudo su relato, de esa forma llega más al corazón porque denota una gran enseñanza – escuché que dijo con confianza imaginándolo sentado en un sofá mientras comparte un debate con mi padre sin haberse inmutado ninguno de los dos de que estamos escuchándolos.

- ¿Y cuál sería esa? – preguntó mi padre poniendo misterio en su voz imaginándolo que siempre que hacía eso, entrecerraba los ojos y se inclinaba apoyando sus codos en las rodillas tratando de intimidar a la persona.

- Simple, después de la guerra nadie sale invicto. Siempre salen con alguna herida... - comentó decidido haciendo que esbozara una sonrisa – como dice mi padre, de la guerra y del amor, nadie sale invicto – finalizó.

En ese momento mi madre se aclaró la garganta llamando la atención de los dos, escuchando que se levantaron y alguien se acercó hacia mí. Al quedar frente a mí, reconocí su aroma.

- Hola... - murmuró haciendo que mi mamá se volviera a aclarar la garganta.

- Bill, creo que deberíamos dejarlos que charlen un rato a solas – comentó con decisión después escuchando los pasos de mi padre, que después me dio un beso en la sien y se retiró junto a mamá y después escuché los pasos de Camille que se alejaban también.

Titubeé un poco, pero al final lo invité a que se sentara. A lo que me ayudó a hacerlo. Sentándonos uno frente al otro.

- Te traje algo – comentó escuchando después una cremallera abrirse.

- ¿Para mí? – pregunté extrañada

Segundos después, tomó mi mano y dejó allí una cajita envuelta en un tipo de papel que reconocí como seda. Me aclaré la garganta sintiendo la mirada de seis pares de ojos por algún lado de la sala y frente a mí al chico viéndome.

- ¿Puedes abrirlo? – preguntó con cuidado de que no me afectaran sus palabras.

Asentí rompiendo con las dos manos el papel dejando la caja sobre mi regazo. Me humedecí los labios tocándola después de haber dejado el papel junto a mí en el sofá.

No era más grande que mi mano, pero tampoco tan pequeña para creer que era una joya porque la caja era dura y cuando la golpeé suavemente con los nudillos sonó como si estuviera llena de algo.

Dudé un poco y después busqué la forma de abrirla, tocando primero un vidrio como de un teléfono y cuando intenté sacar el objeto, supe de inmediato que era un móvil, solo que este era distinto. Este era más delgado de los que alguna vez tuve y también era igual de grande a mi mano.

- A la mañana siguiente de la fiesta, fui a buscar tu celular, pero lo encontré muy roto y con cerveza encima, así que me tomé la molestia de comprarte uno – comentó mientras una sonrisa se formaba en mi rostro.

- Que buen detalle, pero no debiste hacerlo. Me siento mal con esto – murmuré dejando el móvil en el sofá, pero él lo tomó y me lo dejó en las manos.

- No te sientas mal, solo es un teléfono. ¿Quieres saber cómo es? – preguntó haciendo que asintiera, pero levantara la mano deteniéndolo.

Suspiré rendida y tragué saliva - ¡Puede que no los vea, pero siento sus ojos encima de nosotros! – hablé lo suficientemente duro para escuchar gruñir a mi papá y a mi hermana.

Negué sonriendo y me levanté con el celular en la mano. Tomé mi bastón con la otra y sentí que él chico también se levantó.

- Vamos a un lugar más privado ¿te parece?

- Te sigo – afirmó.

Me giré y salimos escuchando las risas de Camille y mi mamá a nuestras espaldas.

****

- ¿Te la pasas aquí todas las tardes? – preguntó asombrado mientras seguía acostada sobre la arena y cada tanto mis pies se mojaban por las olas.

Asentí sonriendo – Sí. No tengo nada más que hacer, aparte de escuchar las peleas de mi hermana con su novio por teléfono.

Ante mi comentario, soltó una carcajada quedándonos en silencio.

Disfruté de la brisa y de su compañía ya que siempre que vengo aquí, es sola ya que a mi hermana no les gusta tanto pasar las tardes en la playa sin hacer nada y mi madre tiene trabajo acumulado y mi padre solo lee y escribe, pero dice que la arena le estropea su laptop, así que siempre permanezco en las tardes sola, es reconfortante tener a alguien más disfrutándolo como yo.

- ¿Cómo haces? – preguntó con la voz perdida.

- Qué cosa

Se quedó unos segundos en silencio y después volvió a hablar – Sí. Me refiero a que no puedes verlo, solo sentirlo. ¿No te frustra? – preguntó haciendo que me levantara recargándome por mis brazos hacia atrás mirando al frente, sin ver nada. Solo oscuridad.

Solemne oscuridad que me envuelve a cada segundo y jamás se desvanece

Me encogí de hombros – No importa. Lo siento, siento todo y eso vale... - comencé escuchando que suspiró – al principio es frustrante, que tengas que resignarte a una vida llena de oscuridad, pero conforme pasan los años... no te queda otra que acostumbrarte... - volví a encogerme de hombros humedeciéndome los labios – hasta que lo haces.

>> hasta que terminas dejándote llevar por la oscuridad y aprendes a vivir dentro de ella, dando tumbos sin sentido, pero de igual forma, buscándole el sentido a la vida y al mismo tiempo ser feliz y agradecido con ella.

- ¿Pero estas ciega? – preguntó con obviedad.

- Puede que este ciega... pero estoy viva... - murmuré tomando una bocanada de aire – eso es suficiente para agradecerle a la vida. Estar viva.

Tragué saliva – Prefiero estar ciega y viva, con limitaciones... a haber muerto en aquel accidente y ni siquiera haber vivido tantas cosas que las he hecho ahora que estoy ciega. Eso es suficiente para agradecer.

Nos quedamos un minuto en silencio hasta que sentí que se acercó a mí - ¿Cuánto?

- ¿Cuánto qué?

- ¿Cuánto tiempo llevas así? – Preguntó por fin - ¿Cuánto tiempo llevas ciega?

Suspiré rendida agachando la cabeza. Tomé una bocanada de aire y la exhalé con lentitud

- Siete años... - murmuré aclarándome la garganta – cumplo ocho en dos meses.

Volvió a hacerse el silencio mientras mi mente se disparaba en miles de pensamientos resignándose a lo que hay. No poder saber que está pensando, no poder ver qué cara está poniendo, como es, si está a punto de irse y no regresar o quedarse y seguirme acribillando a preguntas.

- ¿Cuántos años tenías cuando sucedió? – murmuró con lejanía mientras el viento se hacía más fuerte.

Me mordí los labios – Doce – susurré desvaneciéndose mi voz entre el viento.

Ante ello sentí cuando se alejó y levantó – No puedo. Perdón, pero no puedo permitir que hayas sufrido tanto, no tu...

- Me acostumbré. Y estoy agradecida de que estoy viva, de que tengo una vida

- Esto no es vida – finalizó levantándose – y nunca lo será – y se fue. 

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