Procesé sus palabras con el ceño fruncido y lo miré fijamente mientras se levantaba con elegancia. Llevaba la camisa abotonada con las mangas remangadas, dejando al descubierto sus brazos. El destello de un tatuaje negro en su piel, que permanecía totalmente oculto bajo el resto de la manga, me llamó la atención durante un breve segundo.
De alguna manera, eso me hizo sentir una espiral interna.
Mi maldito cerebro volvía a comportarse mal, evocando imágenes que no quería asociar con el hombre que más odiaba.
No era nada nuevo. Me gustaban los hombres con tatuajes. Es curioso cómo mis propias perversiones siempre vuelven para atormentarme.
Aclarando la garganta, murmuré algo en señal de asentimiento, esperando a que se marchara.
Pero no se marchó.
Se acercó a mí, acechándome como una pantera al acecho. Luego se detuvo justo al lado de mi silla.
Lo miré, sin apartar la vista de su cuerpo.
No iba a mostrar ningún atisbo de miedo ante este hombre.
—Ni siquiera una palabra de r