El mesero terminó de servir los platos y se fue con la bandeja en la mano. En la sala privada solo quedaban dos mujeres. Lorena puso un poco de comida en el plato de Elena y, tratando de parecer relajada, dijo:
—¿Sabías? Adriana quiere hacer una exposición de perfumes en Madecia.
—¿En serio?
Al oír el nombre de Adriana, a Elena se le pusieron los pelos de punta al instante.
Cuando vio que Elena todavía odiaba a Adriana, Lorena se sintió aliviada y, con una expresión de preocupación falsa, siguió:
—Sí… En esa carrera, no solo dejó en ridículo a la empresa de mi papá, sino que después empezó a vender un perfume con el mismo nombre que el suyo. Y ahora quiere hacer una exposición. No tiene de veras vergüenza alguna… Está decidida a hacerle la vida imposible a mi papá.
Elena torció las cejas y agarró la mano de Lorena con fuerza.
—Adriana siempre ha sido así de mala, lo sé mejor que nadie.
Recordando cómo una vez, por culpa de un diseño de Adriana, su familia quedó en ridíc