Al salir de la mansión de la familia Bruges, don Lorenzo llevó a Adriana y a su asistente a comer.
Durante la cena, don Lorenzo se encontró con varios viejos amigos y dejó a Adriana y a su asistente a un lado para charlar con ellos.
Adriana, sin querer, escuchó que hablaban sobre la familia Bruges y aludieron a la obsesión de don Lorenzo durante años.
Al darse cuenta de algo, Adriana pensó un momento y le preguntó al asistente de don Lorenzo:
—Mi maestro, siendo de los Estados Unidos y con este gran negocio que tiene, ¿por qué no regresa a su casa?
El asistente suspiró y dijo:
—Su casa es un lugar lleno de tristezas.
—¿Tiene algo que ver con lo que mencionaron de… Amelia? —preguntó Adriana con curiosidad.
Cerca de allí, varios viejos amigos de don Lorenzo mencionaban ese nombre de vez en cuando.
Cuando don Lorenzo estaba con Nicolás, él también había dicho que Amelia lo enceguecía.
El asistente de don Lorenzo parpadeó un poco:
—Parece que ya lo has adivinado, eres bastante lista.
—¿