Casi sin darle chance de hablar a Adriana, José sacó su bata de la maleta, entró al baño y, ¡para rematar, no cerró la puerta!
Adriana irritada, se acercó y cerró la puerta del baño detrás de él.
José salió del baño rápido, y Adriana rápidamente tomó una revista de la mesa, haciendo como si no le importara:
—Cuando termines de vestirte, puedes irte.
—Lo de siempre, tú duermes en la cama y yo en el sofá. —Él se negó.
—No estamos en una suite para dos, y el sofá es pequeño. —Adriana insistió.
José pareció molestarse un poco:
—Acabo de llegar de fuera, en cuatro horas tengo una reunió importante... carajo... Qué cansado estoy...
Dijo eso y se quedó callado.
Adriana se detuvo unos segundos, mirando de reojo a ese hombre alto acurrucado en el sofá, respirando tranquilo.
Realmente parecía muy cansado, y a ella no fue capaz de echarlo. Después de todo, si dormía en el sofá, no la iba a molestar, pensó.
La noche del día siguiente, José salió del baño, se secó el pelo y se quejó de que le dolí