Mundo de ficçãoIniciar sessãoPasión, amor y venganza. *** Un pasado que la atormenta, sombras acechandola y un ex novio que la hizo pedazos. Y... Dos hermanos, dispuestos a cuidarla, amarla y alejar sus demonios. Pero... ¿Ella se dejará ayudar? ¿O las sombras la consumirán?
Ler maisIDRIS DOYLE
—¡Qué gusto me da conocerte por fin! —exclamó la rubia en la mesa mientras me veía con aparente diversión—. Entonces, tú eres Idris, la asistente personal de Liam.
—Así es, señorita Spencer —contesté con una sonrisa mecanizada y tomando su abrigo del armario—. Su taxi la espera.
Mi deber siempre era despedir a las mujeres con las que se citaba mi jefe, entregarles educadamente su abrigo y encaminarlas hacia el auto que las estaría esperando para llevarlas a su casa, pero cada vez era más complicado convencerlas.
—Pero si la noche aún es joven y pienso divertirme en la cama de Liam —dijo entre risas mientras tomaba su copa—. Mejor guarda mi abrigo y danos privacidad, ¿quieres?
Liam estaba refrescándose en el baño, esperando a que, al regresar, la señorita Spencer ya no estuviera.
—No entiende, necesito que se retire, ya es muy noche y el señor Blake necesita descansar.
—No, tú eres la que no entiende. —Se levantó altiva y presuntuosa—. Se dice que te gusta frustrar los encuentros de tu jefe con otras mujeres. ¿Estás celosa de que él no te vea como nos ve a nosotras? ¿No entiendes cual es tu papel como su asistente?
—Señorita Spencer… —¿Cómo le podía explicar que sacarla de este lugar era petición de él y no mía?
—Idris… ¿qué hace ella todavía aquí? —preguntó detrás de mí Liam, haciendo que un escalofrío recorriera toda mi espalda.
—¡Liam! Creo que tu ayudante está celosa —dijo la mujer divertida, mordiendo el borde de su copa como niña pícara cometiendo una travesura—. Me imagino que se ha enamorado de ti y no parece dispuesta a compartirte.
Liam me miró fijamente a los ojos, como si dudara de lo que le había dicho esa mujer. Antes de que las manos de esa chica se posaran en su pecho, él se movió hacia la puerta. —Clark, lleva a la señorita Spencer afuera. El taxi ya debe de estar esperando.
De esa manera, su chofer, que al mismo tiempo era su mano derecha, se asomó por la puerta, mientras que Liam me arrebató el abrigo de la mano y se lo aventó a la señorita Spencer, antes de tomarla con brusquedad del brazo y arrastrarla hacia la puerta.
—¿Qué estás haciendo? ¿Por qué me tratas así? —preguntó desconcertada sin poder detenerse.
—No pienso desperdiciar mi noche contigo, así que… largo. —La arrojó a los brazos de Clark y, antes de cerrar la puerta, le dedicó una mirada de repulsión que la recorrió de pies a cabeza—. Tal vez si tu plática no hubiera sido tan burda y vacía, de escaso gusto y refinamiento, las cosas serían diferentes… No me llames, yo te llamo.
Cerró la puerta antes de que la mujer pudiera quejarse y podía apostar que Clark se la llevó evitando que Liam pudiera escuchar los gritos de desaprobación. Con paso firme y la camisa desabotonada, trazó una línea recta con su andar, de la puerta a la habitación. Justo al llegar a mi lado, se detuvo, me vio con atención, como si quisiera leer mi mente, y suspiró.
—Tienes dos minutos… —Siguió su camino, haciendo que todo dentro de mí se revolucionara. Llevaba tanto tiempo trabajando para él que no podía creer que aún no me acostumbrara a su voz o a sus órdenes.
La única sirvienta con la que contaba el departamento corrió hacia mí, ayudándome a soltarme el cabello y retirarme el saco. Desde que comencé a trabajar para él, mi uniforme era un traje sastre entallado con una falda que dejara ver mis piernas desde la mitad de mis muslos hasta mis tobillos.
Entré a la habitación, desanudando mi corbatín mientras la sirvienta se precipitaba hacia el baño para preparar la tina con sales que perfumaran mi piel, pero antes de seguir desnudándome, la mano de Liam me sujetó con fuerza por la muñeca.
—Déjanos solos —le pidió a la sirvienta que parecía desconcertada y de un brinco se alejó de la tina y salió de la habitación.
—Fue mi error por no saber cómo despedir a la señorita Spencer a tiempo —acepté mientras él se plantaba frente a mí y seguía desabotonando mi blusa—. Si me da un minuto más…
—Shhh… —dijo con suavidad despojándome de la prenda.
Era la asistente personal de uno de los hombres más poderosos del país, dueño de una farmacéutica que dominaba el mercado y el hombre más codiciado no solo por su fortuna, sino por su belleza tan compleja. Era atractivo y su personalidad fría e inalcanzable lo hacía tan deseado.
No había mujer que no ambicionara su corazón y era común que él saliera cada semana por lo menos con tres diferentes, pero ninguna llegaba a su cama, ese era mi territorio.
Me hacía cargo de su agenda, de su café por la mañana y de organizar sus trajes para la semana. Realizaba cualquier encargo, compraba lo que él deseaba y contactaba a quien él quisiera, pero tenía reglas que no cualquiera tenía. Siempre debía de portar la lencería que él escogía para mí, debajo de mi uniforme y siempre debía de estar dispuesta a dejar que me tomara cuando así lo quisiera.
—Dime, Idris… ¿Tenía razón esa mujer? ¿Te estás enamorando? —preguntó mientras besaba mi cuello, haciendo que me derritiera.
—No, señor —contesté luchando porque mi voz sonara firme.
—¿Estás segura? —volvió a preguntar, tomándome por la cintura y girándome, buscando el cierre de mi falda para hacerla caer.
—Segura, señor… Esto es solo trabajo —contesté con las manos contra la pared mientras las suyas me tomaban con firmeza de la cintura y sus labios besaban mi espalda.
—Que nunca se te olvide —dijo contra mi oído mientras su mano me tomaba por el cuello—. Solo hay dos cosas que siempre debes de tener en mente. Uno, esto solo es trabajo, nada de sentimentalismos tontos. Dos, solo yo puedo tocarte, tu cuerpo es mío.
Y eso intentaba, siempre pensar que él era un hombre sin sentimientos, que solo buscaba placer y dinero, pero ¿cómo podía convencerme si había días que sus labios me besaban con ternura? ¿Cómo podía ignorar sus caricias tan suaves? ¿Cómo podía fingir que mi alma no vibraba cuando, después de follar, besaba mi espalda lentamente, dejando miel sobre mi piel?
Había noches en las que me hacía sentir especial sin necesidad de emitir ni una sola palabra. Estaba perdiendo la cabeza entre fingir que no me importaba y disfrutar de esos momentos de intimidad donde él dejaba de ser Liam Blake, el cruel CEO sin corazón.
Mhia Morshell Se había terminado el tratamiento, ayer había sido mi último día de quimioterapia. Estaba limpia, mis ovarios estaban sanos al igual que todo mi sistema reproductor, pero los doctores no descartaban la posibilidad de que podría aparecer el cáncer nuevamente, así que me sometería a un chequeo mensual, sin falta, Estaba orgullosa, los últimos seis meses fueron duros pero me mantuve en pie, las terapias me habían ayudado de una manera increíble, mis arranques de ira ahora eran escasos y la depresión había desaparecido por completo, la asociación Guerreras en Acción estaba siendo un éxito, el mundo había recibido muy bien la noticia y también habíamos recibido varias demandas de mujeres y niñas que habían sido abusadas, hoy habría un baile de beneficencia, el primero, lo que se recolectara iría a las casas hogares que habíamos comprado para las madres adolescentes, también se haría una feria para que todas las mujeres pudieran disfrutar y ser libres del miedo. Era la anfit
Mhia Morshell Si me hubieran preguntado hace tres años que formaría mi propia asociación para la ayuda y el apoyo a las mujeres, no lo hubiera creído, hace un par de semanas tome la decisión de formar Guerreras en Acción, les presente la propuesta a los de la universidad y la aceptaron, ahora estaba a punto de presentarla al consejo de la empresa de mi padre, quería que de ahora en adelante las mujeres contaran con el mayor apoyo posible y no se sintieran solas. Llegue a Nueva Zelanda ayer por la noche, Daniel había venido conmigo ya que había un riesgo de que pudiera desmayarme por los efectos de la quimio, llevaba tres meses luchando contra el cáncer y debía decirles que cada vez me sentía peor. Estaba más delgada, apenas si podía dormir y se me había caído todo el cabello, el cansancio siempre estaba presente pero eso no evitaba que estuviera activa, mantenía un excelente promedio en la universidad e iba a todas mis terapias. La oficina de mi padre seguía tal y como la recordaba,
Mhia Morshell La quimioterapia me hacía sentir débil en ocasiones, el agotamiento en mi cuerpo no era normal, pero sabía que eso significaba que estaba luchando contra mi cáncer, los doctores decían que en seis meses debería estar totalmente limpia, pero existía el miedo de que no desapareciera del todo. Llevaba un mes yendo a terapia y por primera vez sentía que estaba funcionando, la ligereza en mi pecho era indicativo de ello, respirar a la vez que escucho los latidos de mi corazón era la manera más eficaz de controlar mis arranques de ira, no había ingerido ningún tipo de medicamento y me sentía orgullosa de cómo había avanzado. La universidad había aceptado mi petición de iniciar las clases vía online, mis padres me estaban ayudando con todos los gastos, en un principio me había negado pero comprendí que ambos necesitaban ayudarme de alguna manera después de todo lo que había pasado, así que acepte con el objetivo de que dejaran de sentirse culpables por algo que no debían. Te
Jared Salvatore Una semana después de que Mhia se marchara le pedimos a su padre que nos enviara a Leonardo, el además de Mhia era el único que tenía el código de ese sótano. La extrañaba con cada fibra de mi ser y sabia que Jace igual, pero él era mejor ocultando sus emociones, lo último que nos habían informado nuestra gente es que había iniciado la quimioterapia y visitaba un psicólogo. Como se lo habíamos prometido, la cuidábamos desde las sombras, aunque ciertamente ella no lo necesitaba. Llegar a la empresa y no verla en su oficina era extraño, me había acostumbrado a la calidez que le daba al lugar, el sonido de su risa era una de las cosas que más extrañaba. Sé que en cuanto se subió en ese auto para irse pudimos haberla detenido, ella se hubiera quedado, pero nos era más fácil lidiar con el hecho de no tenerla, que estuviera con nosotros y fuera infeliz, eso era algo que no podríamos soportar. Ella era una guerrera, valiente y fuerte, pero no importaría cuantas veces se l
Mhia Morshell Estábamos de regreso en Nueva York, estuve cuatro días en el hospital hasta que decidieron que me encontraba en condiciones para viajar, la herida en mi estómago aún dolía y tenía cero dudas de que quedaría una gran cicatriz. Mi padre, Jace y Jared iban a mi lado en el jet, papá no le había dicho nada a mi madre y simplemente porque se lo había pedido. Me contó que el encargado de mi seguridad lo contacto en cuanto llegaron los rusos, lo que me hacía dudar de su mensaje y cito "Estamos fuera de su alcance". No se había ido de Italia, solo había mandado a mamá a casa. Se encontraba recostado en el asiento durmiendo, ninguno de los tres había pegado ojo en estos cuatro días cuidándome. Jace y Jared también se encontraban dormidos, así que éramos solo yo y mis pensamientos. No había vuelto a tener pesadillas, pero sabía que sería cuestión de tiempo para que regresaran, el sueño se repetía constantemente como una película y mientras más tiempo pasaba, más segura me sentí
Mhia Morshell Los efectos del sedante ya habían pasado cuando me desperté, suponía que tuvieron un error a la hora de administrármelo, era de madrugada quizás un poco más de las tres, lo único que se escuchaba en la habitación eran los pitidos de la maquina que monitoreaba mi corazón, Jace dormía a mi izquierda y Jared a mi derecha. La respiración de ambos era lo único que me mantenía distraída, acariciar el dorso de sus manos era una buena manera de centrar mis pensamientos en algo. Los recuerdos de la noche anterior eran borrosos, había sido igual que en mi cumpleaños, hace tres años, era como si algo se apoderara de mí y tomara el control de mi cuerpo, la única diferencia ahora es que el impulso había sido más intenso y la única razón por la que me detuve fue por Jace y Jared. Y la herida en mi estomago. Estuve tan cegada que ni siquiera sentí el dolor de un cuchillo rasgando mi piel, eso me demostraba una vez más, que era un peligro para los demás y para mí misma. Comenzaría a





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