—¿Es broma? —preguntó Elena, sonriente. Sonaba a chiste.
—No. —respondió Owen—. ¿No es suficiente? ¿Cuánto quieres? Dime, querida.
Elena lanzó una carcajada estruendosa. Bob también estaba allí, por supuesto, y al oírla le corrió un escalofrío por la espalda. “Así suena el diablo”, pensó. En cambio, Gregory solo estaba sentado al otro lado del despacho y se mantenía en silencio, esperando el momento para hablar.
Ella lo miró divertida, soberbia, pero de a poco su expresión fue menguando: la seguridad de Owen, su postura firme, los dedos que golpeteaban sobre el escritorio. ¿Eran en serio?
—Déjame entender esto: ¿me ofreces dinero para que me vaya y antes de hacerlo quieres que firme todo este papelerío? ¿Es así?
—No, firmarás todo el papelerío porque te pagaré para que lo hagas. Luego te irás.
Volvió a reírse.
—¿Por qué me haces perder el tiempo así, amor? Cuando me pediste que viniera, pensé que tendríamos una aventura sobre tu escritorio.
—Ya no habrá más “aventuras”, Elena. Solo di