Cuando se aleja por un segundo, me cuenta:
— Antes ya había tocado...pero tú ibas rumbo a la cocina.
— ¡Madre mía! –río por lo bajo– Que rodeo te he hecho dar...
— Bésame.
Eso hago. Y al caer en la cama, lo hace él: yo me elevo en toda mi mediana estatura y un pie mantiene el equilibrio mientras con otro delineo sus abdominales. Él observa dicho recorrido pero de repente me ve a mí cuándo le hablo.
— ¿Me quieres? –investigo.
No en son sensual, sino detectivesco. Extrañándome de que sea así pero a la vez deseándolo.
— Sí.
— ¿Cuánto?
— Con toda mi erección
— ¡Tonto! –pateo.
Al reír pierdo mi equilibrio y caigo. Él me atrapa. Nuestras bocas enlazan