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¿Fiesta temática?

Mejor un desconocido atrás de una estatua y aprender a jugar bolos.

Era un día caluroso de agosto que no meritaba mayor atención. Sin embargo, a la hora de la siesta de mamá, alguien llamó a la puerta.

Di un grito de aviso para que esperasen y terminé de lavar los trastos con restos de mi merienda. De camino a la entrada pasé por la mesa central fijándome en los audífonos de cable que todavía reproducían la música del móvil. Era un murmullo semejante al de una abeja: bajo y latente. Podría pasarse por alto; contrario a aquellas personas de traje caro que divisé en mi porche.

Agradecí que el barrio estuviese desolado cuando los hice pasar. Mencioné que seguro se habrían equivocado y después me ofrecí a llamar a mi madre. Me dijeron que estaría bien.

Para cuando volví con ella, los invitados se presentaron.

— Venimos de la Universidad Hereditaria Italo Carvajal. Señora, su hija –señaló uno de ellos– es una de las posibles candidatas para el primer proyecto de becas que nuestra prestigiosa y excelentísima Universidad, ofrece en honor a sus más recientes premios y reconocimientos. De ser elegida, su hija podrá culminar sus estudios en la carrera de Ingeniería en Gestión Empresarial. Seremos remunerados tan solo con sus notas, esfuerzo y el futuro que le aguarde; el cual, de seguro será maravilloso.

— Un privilegio –aceptó mamá– ¿Qué necesitan?

— Verá –medió una señora–, dado que es la primera vez y tenemos más candidatos, debemos corroborar con su hija algunos datos. En suma: algunos aspectos que detalla su expediente de la Universidad Local. ¿Tienen tiempo?

¡Claro que teníamos! Mamá fue a preparar café a secas, pues, aquel grupo tenía cara de comer solo lo preparado en restaurantes de alto costo, donde quizá le pueden pasar la lengua al plato y en su trayecto no toparse con la comida.

Nos sentamos en el sofá de la sala para comenzar a responder sus preguntas. Aceptaron el café y como eran cuatro, mamá tomó junto a ellos. Yo mentí al decir que no me gustaba el café. Una vez los despedí, la mujer comentó que se encargarían de llamar si era aceptada. Cerré y volteé para oír a mamá dar un grito de guerra.

Ella cubría toda euforia que aún no me llegaba al cuerpo. Así que me arrulló en sus brazos y celebramos la oportunidad.

Tres días después la Secretaría de Dirección me llamó y aprobó la beca. Al siguiente, hubo fiesta en casa con invitación para todo el barrio. De manera que el reloj marcó las horas no prestadas a los niños para ver, sino para dormir y aún la fiesta iba en marcha para un grupo reducido. Por mi parte iba arrastrando un saco de b****a hacia la parte trasera. Mamá estaba ensartando algún tipo de chisme sin decantarse por despedir a sus amigas. Aunque eran todas unas lenguas largas me caían bien.

Deposité el bulto en su sitio y tomé un pañuelo de mi pantalón. Limpié mis manos y entonces, saludaron a mis espaldas.

— Buenas noches.

Dos hombres (que parecían agentes encubiertos en el barrio), estaban ahí para verme. Plantearon su oferta y la codicia fue mi enganche para aceptar. Luego de ello me separaban dos días para irme a Italo y la alegría varió ante el miedo de la incertidumbre. Fui consiente de cuán peligroso era, o podría ser, con todo, no podría retractarme. Mi única opción era su petición: atrapar al hijo de una mafia para entregárselos. Para lo cual; contaba con el apellido por el que conocían a su padre pero que muy seguramente no era el suyo. No tenían fotos de él pero según las fechas iría en tercero de alguna carrera. Pero ni remota idea de cuál era.

Ellos estaban a tientas pero la diferencia radicaba en que por muy poderosos que fueran, no podían burlar la seguridad de Italo; yo sí. En consecuencia; a todo lo que pida, ellos darán estricto cumplimiento en el tiempo que dure mi cacería. Además, mi madre estará bajo cuidado sin preocuparse por su salud o atenciones de la casa, aunque no lo sepa.

Es un buen negocio y quise de entrada la mejor presentación. Al parecer podré volverme un digno miembro de la Sociedad Italina, pues el egocentrismo y la manipulación los tengo de la mano. Por tanto; no vine aquí a ser la buena, sino la espía.

— ¡Carson! –vocifera West con su tono meloso irritado– ¡Te vas a arrugar! Ven acá.

Decido escucharla y terminar mi hora bajo la ducha de chorros gordos sin incongruencias. En casa la mía lanzaba sus chorros en la dirección que le surgiera por día. De manera que este es un disfrute al que pongo fin para iniciar el segundo día en Italo. Salgo con mi albornoz puesto y cabello lavado para desencajar mis labios como respuesta indirecta a lo que percibo.

— West ¿Qué es esto? –susurro.

Aunque mis palabras son oídas por el cupón completo de maquilladores y peluqueros presentes a todo lo ancho de la habitación.

— Carson, eso es obvio –puntea al verme– mira ese cabello ¡esas puntas! Seguro que tu manicura está peor. ¡Tú! –puntea su índice– tómala y arregla todo eso.

— ¿Me acompaña señorita? –requiere la asistenta.

— Señorita West, necesito que voltee al frente.

Ella cumple con el pedido de quien maniobra en su peinado. Voltea hacia el espejo para ver a través de él cómo me rodean sus estilistas.

Los estudiantes por DUDO adelantan con fotos el proceso de su engalanado. Así que al verles, entiendo que la rubia teñida de negro no está loca. En Italo, muchos estudiantes han mandado a llamar a equipos profesionales para verse radiantes en la noche.

Aflojo una risilla nerviosa e intento no sorprenderme cuando la prueba de esmóquines idénticos tiene lugar. Poco a poco, West se encarga de hacerme ver las diferencias enmarcadas en pequeñísimos detalles o texturas. A consecuencia, voy a prefiriendo unos sobre otros en tanto elijo, o detallo, si uno tiene la pajarita más a la izquierda o a la derecha. West señala que ello no merita como diferencia sino parte de mi apreciación.

Luego pasamos a la elección de máscaras y acabo eligiendo una que parece pelicano que volteó su cabeza a la izquierda. Esto porque tiene una pronunciada pieza en tal dirección.

— Carson estás bella, estamos bellas ¡Foto para DUDO! Comparte tú también.

El equipo se encargará de limpiar u organizar, por lo cual, West sale conmigo a recorrer la Universidad.

— ¿Ves alguna novedad? –curioseo.

En realidad hablo para distraerla del móvil.

— No...estoy stalkeando el perfil de Calen.

Rio dando una negación y ella me enseña la foto de traje. Calen la ha subido hace cinco minutos y ya cuenta con demasiados likes.

— Es impresionante –se me escapa.

— ¿Verdad que sí? Ya verás cómo dentro de poco serás otra fan de CalSanders.

— Bueno, no nos apresuremos. ¿Qué tal si comemos algo?

West me trajo a la heladería. Poco después me hizo correr mentalmente toda la Universidad mientras deleitaba su barquilla con sabor a fresa y mocitos de frambuesa.

Italo en sector de gastronomía, cuenta con la presente heladería, una cafetería, un restaurante, un puesto de comida rápida las 24/7 y un comedor con opciones de platos internacionales. Respecto a sitios deportivos cuenta con un campo de golf, otro de tenis, de tiro y cinco piscinas para usos diferenciados. Además, posee tres bibliotecas generales y una por facultad. Tenemos (para su gusto) una tienda de ropa con función de atelier algo más privada pero funcional, igual que el hospital de apoyo con farmacia incluida. Cada facultad ostenta su residencia individual con dormitorios de a dos. Y como cereza del pastel están los sitios de entretenimiento: un gimnasio (con servicios mínimos de spa), una bolera, y un club donde se ubica el 1% de bebidas con alcohol. Quienes van ahí se concentran más en jugar futbolín, billar, o juegos de mesa.

El resto de los edificios se reparten entre las instalaciones de Dirección, el de personal educativo y de servicios, las aulas, los laboratorios, el auditorio general y el teatro.

— Es inmenso –alego cuando West se da punto en boca.

— Exacto. Por eso nos movemos en transportes, esto es una Cuidad Escolar: la Ciudad Italo; la de la Sociedad Italina. Si no te has fijado, las calles son viables y por ejemplo yo ando en auto (como la mayoría) Otros elijen transportes más particulares: patines, patinetas, motos –puntea para mí–. Aunque es exhausto; porque si vas muy lejos debes parar a descansar en los bancos de los parquecillos. O en bici, Beck es el que instauró ese orden, Calen anda en Murciélago deportivo. Existen los que salen en grupos y alquilan carritos de golf. ¡Por cierto! También hay un jardín botánico.

— Todo esto me supera...no sé cómo llegué aquí.

— Ni yo –admite con guasa–. Creo que eres ¡tan simple! Da risa ver tu cara cada vez que nombro algún detalle de la Sociedad Italina. Es gracioso pero...creo que llegaste aquí porque eres una magnifica estudiante, de lo contrario este sitio sería de otro. Eres una ranchera afortunada.

— No vengo de ahí –señalo.

— Bueno, tú me sigues el punto, Carson.

— Claro que lo hago –sonrío.

— Mi punto final es que estás aquí porque te lo mereces.

— Lo sé West. Gracias –aprecio–. Me...alegra mucho que seas mi compañera.

— ¡Y a mí!

— Eres tan dramática –le hago saber.

Entre risas de aciertos me digo que esta Universidad es lo mejor que me ha pasado y espero que no sea lo peor.

La entrada a la fiesta simboliza la llegada a un casino de Las Vegas. Su interior, es capaz de abducirte por completo de la realidad que dejaste fuera.

— Carson, escúchame: puedes perder tus aretes, la máscara, tus zapatos, o la virginidad pero no lo el celular. Todo menos el móvil –puntualiza West– ¡Recuerda que son nuestras llaves!

— ¡Lo sé!

La entrada al dormitorio es por escaneo y solo ella o yo en los celulares tenemos el código, así que me tocará a mí. West en la cara tiene la expresión que me adelanta que no llegará volverá de pie a la habitación.

De repente la teñida desaparece: volteo pero ha escapado de mi vista. El efecto de no conocer a nadie me juega en contra porque cada rostro se parece al otro y entiendo que quizá esta noche no la vuelva a ver.

El DJ tiene la música tan alta que balbucea murmullos fatigosos para mis tímpanos. Siento que el local es más pequeño que antes, o incapaz de soportar tata presión de asistentes.

El móvil me vibra y voy a ver de qué se trata.

Notificaciones de DUDO. Unas entregas de la bandeja de Citas. Cuando abro, varios usuarios están pidiéndome lo mismo:

@DoDorian: Hola bonita, te compro una cita por darme un 5.0

@CatMichael: ¿Tenemos una cita? Si te gusta el helado podemos vernos allí.

@XavierTor: Hola ¿Me das una cita? Elije tú. P.D: También soy becario. Ayuda mutua J

@AnaLorie: Hola. Te he concedido una cita conmigo. Tienes 72h para aceptar.

Devuelvo el móvil a su sitio con cara de empachada. Y diciéndome que West ha de recordarme cómo funciona esto. Voy a por alguna bebida y acabo por zamparme un Vodka Russo–Baltique y un Scarlet Dream. Lo sé por el barman, que luego me sirve una mezcla de bebidas tropicales. Media hora más tarde me despido, salgo por el local y respiro aire fresco.

A derecha e izquierda noto que todo está desierto. Las estrellas comienzan a darse por vencido con que las observe algún ser humano y yo que he llegado tarde, volteo al frente. Además observo en derredor para ver cuánto me he alejado, pues al salir lo hice con mucho ímpetu y necesidad del aire. Estoy lejos, me he alejado sin tomar conciencia aunque no creo regresar.

Más cerca de mí se haya una estatua con una inscripción.

En resumen: dado que nada más tengo por hacer me encamino para leer.

Italo Carvajal de la Huerta, (15 de octubre de 1901). En el cumplimiento de tu sueño serás eterno. Porque elegiste invertir en el más noble de los negocios y activo: la educación.

— Era un genio.

Aparto la vista del tallado como si me encontrasen robando pan.

Busco la voz que tiene origen en frente mío donde hay un chico. Va vestido de traje como todos y con máscara extravagante de bordados en negro.

— ¿Cuándo llegaste aquí?

— Ya estaba...pero no podías verme.

Me veo tentada a preguntarle de más pero él me da la respuesta. Su cabeza puntea en dirección a la espalda de Italo, entonces comprendo que estaba al otro lado de la estatua.

— ¿Estás bien? –se me escapa decirle.

— ¿Por qué no lo estaría? –sondea él.

— Pues...no estás en la fiesta.

— Tú tampoco... ¿estás bien?

Consigue hacerme reír al comprender su punto y ríe conmigo.

— Lo estoy...aunque no lo parezca. Mi defensa será que nunca he soportado los sitios abarrotados de gente.

— Ya...–comprende– yo no quería estar ahí hoy.

Ambos nos lanzamos dardos amistosos entre las miradas. Esperamos que alguno continúe la charla pero no hay mucho que dos desconocidos puedan decirse. O sí. Tan solo se debe tirar del hilo correcto.

— Como decía: era un genio. Tuvo en su infancia un accidente aprendiendo equitación y quedó inválido. De por vida.

— Vaya, que triste.

— A primera vista, sí. Aunque Italo Carvajal no se dio por vencido. Comenzó a estudiar más, a leer, a documentarse y su infancia y adolescencia, al menos para mí, es algo asombroso. Tiempo después del accidente descubrieron que era un niño prodigio. Por tanto, su familia comenzó a instruirlo con profesionales experimentados. Aprendió a tocar piano, saxofón, guitarra, bongó. Dicen que fue compositor aficionado y que su madre guardó las creaciones de su hijo en algún lugar oculto y nadie las ha visto jamás. Su hermano heredó el negocio de la indumentaria familiar y siendo un hombre inteligente, lo convirtió en su socio. Aunque eso no era el sueño de Italo, sino crear una escuela dónde enseñar lo que aprendía, para de alguna manera, replicar todo lo que era e irse vacío a la tumba. Su hermano realizó un proyecto con cierto cliente sin grandes fondos pero con un terreno que él aspiraba, así que cerraron trato. Proyecto por terreno cual pago. Esto que vez, comenzó siendo nada, o más bien todo: el sueño de Italo Carvajal.

— Caramba...ahora me siento tan pequeña.

Expreso con asombro y el frío abrasa con mayor fuerza mi piel bajo el esmoquin.

— ¿Fue maestro aquí?

— Sí. Hasta su muerte en 1981, a los 80 años.

— Gracias por contarme todo esto.

— ¿Quieres sentarte? –propone.

Acepto su idea. Nos sentamos en el soporte que sobresale en la estatua. Quiero decirle que hable pero eso suena muy desesperado para mí. En realidad así estoy: llena de ganas por escuchar de nuevo su voz suave, con ese tono de estar en una constante reflexión.

— ¿Te incomodan? –curiosea.

Le veo para saber que me señala a los pies.

Al parecer, mis gestos recelosos para con los zapatos de tacón no le fueron ajenos.

— Un poco –le confieso–. La idea de usarlos fue de mi compañera, yo soy más de valerianas o sandalias.

— Quítatelos –sugiere como fin de la tortura.

Le hago caso y tomo acción: me deshago de ellos y estiro mis pies para devolverlos a su forma en donde cuelgan de la base. Él percibe toda la acción sin ideas de apartar la vista y como antes, es quien habla.

— ¿Puedo ver tu cara?

— ¿Por qué?

— Me gusta ver a las personas a la cara. Creo que es un rasgo de educación y buenas maneras.

— En tal caso; a mí también me gustaría ser educada.

Él afloja una risilla fina; vagamente duradera como la mía de antes.

— No tengo objeción –considera.

— Yo tampoco.

Mis manos van de camino al rostro luego de hablar. Él, pronto será un desconocido con rostro. Detecto además entre la oscuridad que nos surca, sus ojos achinados pero vivaces y unos labios de artista. O quizá el artista fue quien se los hizo. Veo mejor su cabello liso en cortes puntiagudos, que si bien parecen peinados a la azar, no lo cero así.

Demasiado guapo y pincelado, digno de la Sociedad Italina. Atrayente para mí con esas pestañas sobresalientes y finas.

Em...deberíamos hablar, decir algo.

— Acabas de hablar.

— Sí –tomo en cuenta.

— Creo que no te he visto antes.

— Es posible...son muchos estudiantes aquí.

Nunca me ha avergonzado la beca. Al contrario. Fue un logro que dio valor a tantas horas de estudio. Sin embargo, ahora desde mí llegada es que me veo lejos de ser otra miembro más de la Sociedad Italina.

Por tanto, volteo a ver en derredor con la idea de pedir perdón e irme.

— ¿Quieres ir a algún lado? Puedo llevarte.

— No –niego por instinto–. ¿Espera, cómo? –rio– No veo ningún vehículo...

— Soy yo –recalca– el vehículo.

— ¿Ah sí? ¿Cómo?

De un santiamén se colca en cuclillas frente a mí. Rio de nuevo y él posee una ligera sonrisa en sus labios cuando gira para indicare que suba.

— ¡¿En tu espalda!? –busco reafirmar.

— Claro. Sube. Dame tus zapatos –pide.

Obedezco ante el desconcierto. Luego quedo apegada a este traje que desprende un olor embriagador, no por el aroma dulce, sino saturado.

— Podría quedarme aquí...

— ¿Qué? –quiere entender lo que digo.

— Nada.

— ¿De veras? Creo que has dicho algo –pincha de camino a no sé dónde.

— No he dicho nada.

Lo negaría mil veces. Que pesadito es.

— ¡Oh ragazza! ¡Oh ragazza!

— ¿Qué? –husmeo.

— Nada.

Su hombro es dardo de mi golpe medido en intensidad por su desquite. Entonces, reafirma la carga que lleva y me acero más a su cuello, a su cabello que me hace cosquillas en la parte superior del labio. Suspiro para finalizar el efecto de su revancha.

— Nunca me habían llevado así –le cuento.

La bruma de la naciente madrugada envuelve ese atrayente vigor de relatar intimismos, y los lanza sobre nosotros.

— A mí sí. Lo recuerdo a diario: mi madre. Solía llamarme para que saliera de mis escondites (tenía muchos) y no me esperaba con los brazos abiertos; ella me ofrecía su espalda de cuclillas, a la que siempre aceptaba. Era como caer en un colchón placentero que se alzaba con todo y conmigo. Para llevarme a volar.

— Qué bonito –aprecio en tono bajo.

— El mejor cúmulo de todos mis recuerdos –afirma.

— No lo subestimo –aclaro– pero teniendo tanto dinero creo que has de tener maravillosos y exuberantes recuerdos.

— Puedo ser un becario –supone.

— No pareces en absoluto un becario.

— Pues no, la verdad. Entonces, volviendo a tu idea: creo que la vida es una dualidad llena de injusticia en donde tanto ricos como pobres sufrimos de ese algo que nos falta; dinero, más dinero, sentimientos reales, alguien. Y cuando nos falta alguien...daríamos lo que fuera por traerlo de vuelta o impedir que se fuera.

— Estoy de acuerdo. Incluso yo que no poseo riquezas, daría lo que tengo para que papá volviera a sentarse en su sillón de la esquina.

— La mayor riqueza que tenemos es la familia.

— Exacto: porque no vale tener posesiones y vivir siendo infeliz. Por cierto...aparte de esto ¿no estás cansado? y ¿a dónde vamos?

— A tu dormitorio.

— ¡Oye no! Está muy lejos.

— Tranquila ya me guiarás después, mira, allí delante –señala su mandíbula– haremos una pausa.

El edificio resulta ser una bolera. Él se adelanta a hablar con los guardias rezagados en su sitio y le veo de lejos. Quizá les explique entre motivos para pedir que nos den paso, ya que ellos cabecean en son de aceptar sus razones. Entonces, él voltea, sus dedos me llaman a acercarme y siento los tacones de West más incómodos que antes.

Les propino una mueca en tanto cruzo la puerta.

Los trabajadores se ven ya más activos yendo por todo el local, encienden luces, ponen música, acondicionan la estancia.

— ¿Sabes jugar?

— No.

Expongo viendo con recelo a la bola. Él sonríe para acercarme. Lanza y derriba todos los bolos, vuelve a sonreír pero esta vez para sí.

— Te enseñaré.

Sin palabras sobrantes, acepto. Empiezo a oír sus comentarios para luego ver ciertos lanzamientos y seguirle con algunos míos. Él me deja continuar bajo sus señalamientos hasta que derribo una buena cantidad. Después, la música de los bafles llena el ambiente para acortar el tiempo que pasamos jugando: para mejorar la técnica yo y él por divertirse.

En un momento dado comienza a fallar, con lo cual, me digo que su error de proyección tiene que ver con que no desea hacerme menos. Algo que le agradezco. Lanzo. Él lanza.

— ¿Desde cuándo juegas?

— A los seis me enseñó papá.

— Qué bien.

— ¿Quieres agua?

— ¡Por favor!

Otra ronda le sigue al tiempo que me bebo media gaseosa.

Él gana y yo no esperaba otro resultado.

— Que no me odie la Sociedad Italina pero esto ha sido mejor que la fiesta temática.

— De acuerdo –puntea mi índice.

Ambos caemos al suelo estando cansados y sudorosos.

— No es la gran cosa –define él–. Suele prepararse en un tiempo corto y cada proyecto improvisado no puede tener gran impacto. Por eso, entre otras cosas, la fiesta temática es lo peor de todas las actividades de la Uni.

— Te creo pero ahora mismo me preocupa mi compañera. Mencionó que no perdiera el móvil porque ella...en fin.

— Suena como alguien de mucha energía.

— También muy entusiasta. Ama DUDO y la Universidad.

— ¿Y tú?

— ¿Yo qué?

— DUDO.

— Ah –rio al pensar– pues no mucho. A decir verdad solo estoy ahí porque ella dice que es imprescindible.

Él ve a otro lado inspeccionando el sito que de seguro conoce muy bien. No se interesa por mi usuario (como tengo entendido que ocurre aquí), de modo que tampoco pregunto por el suyo. Aunque no me interesa la verdad, pues lo prefiero así, como ahora.

— ¿Qué tal si nos vamos? –propongo.

— Bien. Ya es algo tarde. ¡Vamos allá!

Dicho esto se avalancha con una rapidez cadenciosa yendo hasta mis pies. Se aproxima a sacarme los zapatos de tacón y no me parece un gesto propasado, sino muy educado. Y esto se lo hago saber cuándo de un gesto, demanda saber si no me importa.

Acaba el detalle teniéndome enfrente como si me hubiese caído de nalgas. Y sin que me lo espere, me alza entre sus brazos. Le reniego porque tal vez puede cansarse, e incluso señalizo a los guardias pero salimos por la puerta sin que se alteren.

A partir de mañana –me digo luego de señalarle a donde ir–, me preocuparé por lo que ha iniciado esta noche. Ahora, nada de eso existe porque no quiero pensar en las carencias, sino disfrutar ganancias.

— Han sido unas horas bonitas a la par de extrañas.

Confieso en la escalinata de mi residencia. Él pese a estar un escalón por debajo sigue sacándome altura y sonríe como yo.

— Será uno de los recuerdos que atesoraré. Gracias por estar al otro lado de la estatua.

— Gracias por darme a conocer tanto en tan poco tiempo.

Le ofrezco mi mano sin idea de más que un simple apretón. Pero lo que hace es rozar mi palma con sus dedos y me encuentro siguiéndole en ello. Mi otra mano hace lo mismo con la suya, para alargar de algún modo la despedida. O tal vez buscando algo más.

Todos sus dedos, noto, a diferencia de los míos, están llenos de sortijas y debajo de sus mangas se ocultan gruesas y anchas pulseras. Esto detallo con miedo de subir la mirada. Temo que al hacerlo, él se esfume o se impregne más.

Me jala del codo sin previo aviso, llevándome a su sitio sin que me zarandeara a causa de su agarre. Quedo viendo la pajarita de su traje. Entonces, me decido verle a los ojos y en el trayecto mi cráneo roza su mentón.

Cuando le veo, alega:

— Buenas noches.

¡Qué tono! Su voz podría tocar mi vena más nerviosa y adormecerla. Creo que caigo en un coma latente antes de dar mi saludo que no llega. ¿La razón? Sus labios acercándose a pedir mi aprobación, así que no hablo; acorto la distancia entre los dos.

Nunca había besado tan pronto pero estas horas junto a él me son suficientes. Y así...sello este día tan extraño a la par de maravilloso, como todo lo vivido.

— Buenas noches –asiento al retomar mi espacio personal.

Me aferro al significado de la despedida, por lo cual, me alejo dando pasos hacia atrás, lentamente, como él.

Entro al dormitorio notando la ausencia de West que me hace rememorar lo todavía latente. Cuando caigo en la cama no quiero dormir y entre todos los pensamientos, espero que la teñida regrese bien.

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