Jim salió del vestidor subiéndose su viejo traje de baño, gastado y descolorido, sin preocuparse por el rastro de agua que dejaba a su paso. La cama estaba prolijamente tendida, con sábanas limpias, a pesar de que el ama de llaves aún no había llegado. Bajó las escaleras casi disfrutando su malhumor, dispuesto a aprovechar cualquier excusa para alimentarlo.
Se detuvo antes de entrar a la cocina. Silvia lo esperaba sentada a la isla, tipeando en su teléfono, el almuerzo para dos servido ante ella. Contempló un momento aquella postal de hogar-dulce-hogar y giró en redondo.
Silvia alzó la vista al oír sus pasos que se apresuraban escaleras arriba y suspiró. Sólo podía rezar para que Jim no la mandara al diablo antes que ella tuviera una respuesta para él.
Jim subió directamente a la sala de ensayo. Sus ojos fueron y vinieron entre las guitarras y e