Pasaron la tarde arreglando la canción que Jim acababa de componer. Fueron horas incómodas para Tom, Liam y Walt, aunque no era la primera vez que quedaban atrapados en el fuego cruzado del malhumor de uno de los Robinson y la indiferencia burlona del otro. No ocultaron su alivio cuando sonó una alarma en el teléfono de Sean, que dejó de tocar y soltó los palillos.
—¿Qué mierda haces? —le espetó Jim—. Estamos en medio de la jodida canción.
Sean se levantó sin inmutarse. —Tienes que pasar a recogerme antes de las siete —replicó volviendo a apagarle el amplificador—. Mueve el culo.
—Oh, es cierto —intervino Tom guardando su bajo—. Deb los anotó para la gala de beneficencia, ¿verdad?
Jim apenas se detuvo a dejar su guitarra en el pie antes de obsequiarles otra salida melodramática, bufando y maldiciend