El mismo día
New York
Amber
Algunas personas mienten con la facilidad con la que respiran, sin pestañear, sin el menor titubeo, como si la verdad no fuera más que un estorbo. Otras sienten el peso de cada palabra falsa, como una piedra en el estómago que les recuerda su culpa a cada paso. Y luego están los que mienten por necesidad, como quien se cubre con una manta delgada en pleno invierno, sabiendo que no bastará para protegerse del frío, pero que aun así se aferra a ella.
En cualquiera de los casos, la mentira sigue siendo la misma. Un hilo suelto que, si tiras lo suficiente, puede deshacerlo todo. Pero, ¿es válido mentir? ¿Podemos alterar la verdad en nombre del bienestar de alguien más? ¿O al hacerlo nos convertimos en los mismos desgraciados manipuladores a los que tanto despreciamos?
Dicen que una mentirita blanca no hace daño, que es solo un remiendo inofensivo en la tela de la realidad. Pero, ¿qué pasa cuando esas pequeñas mentiras se convierten en un tapiz de engaños, enred