La mala suerte sigue

Livia

Tres horas después estaban frente a una Clara con los ojos inflamados que les dictaba órdenes entre dientes a todos los cocineros, camareros y el personal de limpieza que debía estar preparado en cuanto finalizara el evento. Abi y Livia se quedaron hasta que los envió a todos a tomar sus posiciones.

—¿Clara? —preguntó Livia al verla derrumbarse cuando les dio la espalda. Entre las dos la sostuvieron y la llevaron al baño. 

—Augusto se va —sollozó sin atreverse a darles la cara. 

Livia osciló los ojos y estuvo a punto de zarandearla. Cuando Clara tenía eventos importantes, él solía acusarla de cualquier cosa y la amenazaba con dejarla, pero con Abi habían descubierto que solo era para que le cediera el control de los ingresos. Otra de las razones por las que Augusto las odiaba.

—Él te ama —dijo Abi abrazándola.

Livia la miró sorprendida y Abi fingió no darse cuenta de su enojo y siguió consolando a su amiga. 

—Pero… me dijo que conoció a alguien… alguien más… más… —Se quebró de nuevo frente a ellas.

—Entonces que se vaya —respondió Livia. Clara la miró con el rostro bañado en lágrimas—. Clara, ¡por Dios santo! Eres una mujer hermosa y tienes un cuerpazo por el que muchas matarían —dijo sosteniéndole las mejillas y limpiándole el maquillaje regado lo mejor que pudo.

—Eso es verdad —dijo Abi—. Esas nenas son naturales y yo me las tuve que operar. —Le mostró sus atributos con un pesar fingido, puesto que el haber logrado pagarse la operación sin usar el dinero de sus padres era uno de sus más grandes orgullos. Sus amigas se echaron a reír.

—¿Sabes cuántos hombres solteros habrá en esta fiesta? 

—Muchos —respondió hipando.

—Y mucho más buenos que tu mini Augusto —dijo Livia con una sonrisa malévola. Las tres se echaron a reír por los recuerdos, cuando Clara les confesó que en su primera vez con él se contuvo para no reírse, porque le preguntaba cada dos segundos si lo sentía y ella mintió al decirle que sí.

—Amén —dijo Abi ahogada por la risa.

—Amén —se unió Clara y se recompuso con un suspiro y se lavó la cara, mientras Abi corría con su maletita milagrosa llena de productos de belleza—. Te dije que te verías bien con un vestido así. —Clara miró a Livia a través del espejo, dejándose hacer por Abi.

—Ni me hables. Siento frío y es tu culpa.

—Necesitas que alguien te caliente. 

Abi se echó a reír por el comentario de Clara y soltó sin atreverse a mirar a Livia:

—Creo que esta noche las tres necesitamos eso.

—El mesero nuevo está muuuy bien —dijo Livia.

—No, con mis empleados no te metas. Pero como es la ultima vez que me van a ayudar en el negocio..., cuando se sirvan las bebidas a medianoche las dejo libres y se pueden llevar a quien quieran a casa.

—¡Clara Montes! ¿Quién eres tú? Y, ¿qué has hecho con nuestra correcta y aburrida amiga?

—Esa tonta amiga se dio cuenta que merece algo más que un mini Augusto —respondió alzando el mentón y viendo el milagro realizado por Abi. 

Su inflamación había desaparecido, aunque su nariz roja aún se notaba un poco a pesar del maquillaje y sonrió cuando las otras dos aplaudieron, felices por ella e incluso le dieron un beso sobre el cabello antes de salir del baño.

Livia se encargó de ayudarle a Abi y a otras tres chicas a mantener las copas llenas. Ya le dolía la cara por sonreír tanto y agradecía al cielo que dentro de unas horas volviese a tener un empleo otra vez. 

Era verdad que no la hacía feliz pensar que tendría que lidiar con modelos groseras, porque ya había conocido suficientes como para no querer eso en toda una vida y otra más, pero si eso pagaba sus cuentas, se obligaría a disfrutarlo. 

Tenía mucho que aprender sobre este nuevo giro en su vida, pero no le temía a eso. Soñaba con el momento en que pudiese reunir lo suficiente para poder vivir sola y luego pagar por ir a ese curso extremo que tanto deseaba. Ayudaría a Abi con su carrera y lograría que Clara conociera a un hombre decente que la valorara como debía. 

Vio a Augusto en uno de los pasillos hacia la cocina discutiendo otra vez con Clara, pero cuando iba dispuesta a darle una patada en las bolas, vio cómo su amiga le brindaba la mejor bofetada que hubiese dado en su vida. 

Se detuvo a medio camino y se sintió orgullosa de ella al ver a Augusto sosteniéndose el rostro sin poderse creer lo que había sucedido. Ella tampoco se lo creía, pero ese podía ser el mejor indicio de que la vida de las tres podía cambiar y que la mala suerte que las acompañaba últimamente estaba por desaparecer. 

La medianoche llegó y Livia estaba a punto de lanzar sus tacones lo más lejos que su fuerza se lo permitiera. Le incomodaba la mirada de algunos hombres sobre su cuerpo y más de uno se le quedó viendo de manera descarada y lasciva la pierna izquierda, donde era visible parte del tatuaje que le llegaba hasta la cadera. 

No fue hasta que vio a Clara bailando con el mesero que les había prohibido tocar, que se dio cuenta que ya estaba libre. 

Abi se le acercó en ese momento con prisa y la haló del brazo para esconderla tras uno de los pilares del salón.

—¡Está aquí! —Abi pegó un gritito que la puso en alerta. Seguro había algún promotor cerca y se quería lucir. No dejaba de sacudir las manos con nerviosismo.

—Estás preciosa. Ve y conquístalo —dijo agitándola por los hombros y acomodándole el cabello.

—No, tonta. Él… —Señaló hacia la barra donde se estaban sirviendo licores, pero los rostros de los hombres que estaban allí no le decían nada. Vio con detenimiento el trasero de uno, el único que no llevaba saco y que, en su lugar, llevaba una chaqueta de cuero café y se dijo que no estaba nada mal lo que sobresalía, pero tampoco era para tanto.

—¡Abi, ya! Contrólate. —Se giró dándole la espalda al grupo de hombres que reía escandalosamente tras ellas y osciló los ojos con aburrimiento—. Puedes llevarte a cualquiera de esos ruidosos. Solo me envías un mensaje para no llegar.

—Livia, escucha… Es que no entiendes.

—Me quedo en un hotelito, sin problema —agregó sonriendo.

—No…

—Mira, esos sujetos deben estar tan borrachos que no podrán hacerte ni un oral en condiciones, pero puede que sirvan para algo —se burló ella sin entender lo que Abi quería decirle con los ojos.

—Podemos hacer una prueba —dijo una voz a su espalda, muy cerca de su oreja. 

Livia cerró los ojos sin poderse creer que su mala suerte seguía.

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