Luca recibió el mensaje y estaba como loco. Su mujer y su pequeña niña estaban en algún lugar de la carretera, solas y desamparadas, o peor, en manos del tipo sin escrúpulos de Carlo Santoni.
Hizo una llamada rápida a Russo y tras informarle tomó su auto y salió a todo correr en dirección de la vía que su esposa siempre tomaba para ir a casa luego de recoger a la niña.
— Russo, ¡Soy yo! Es Arianna, la han interceptado y el auto se volcó, son los hombres de Santoni, ¡Mi hija está con ella!
— ¿Qué? Dame la ubicación.
Luca explicó cuál era la ruta que ella generalmente tomaba, y Russo se dirigió hacia allá sin pérdida de tiempo.
Arianna abrió los ojos, de nuevo, la habían sedado a causa de sus heridas, miró a hacia todos lados y no vio a la niña.
— ¡Mi hija! Por favor, ¿alguien puede decirme como está mi hija?
— Está bien, solo tiene unos raspones, no se preocupe usted — una enfermera se acercó para darle la noticia.
— ¡Oh, gracias! — Exclamó, sintiéndose más tranquila.
A lo lejo