Han pasado cinco días en los cuales me he mantenido en el exilio; no he querido hablar con nadie desde el martes cuando mi abuelo quiso regresar a la casa de reposo.
— ¿Por qué te vas? —estaba sentada viendo como mi abuelo dentro de su necedad, doblaba una a una sus camisas para guardarlas en su anticuada maleta.
Insistía en hacer las cosas por sus propios medios; odiaba sentirse inútil y para doblar su ropa no necesitaba usar las piernas.
—Un hombre nunca debe faltar a su palabra, ojitos de luna —explico con voz solemne—. Mi partido de Black Jack con Bruno no se puede aplazar, he apostado cien dólares y los pastelillos de su merienda por un mes.
— ¡Abuelo! —Me queje—. ¿Hablas en serio?
Me levante del sillón que había en la habitación y me acerque a la cama donde él estaba concentrado en preparar sus cosas.
—Pero por supuesto que sí, Agy —no me miro cuando me senté junto a su maleta abierta.
—Yo puedo darte ese dinero si quieres —insinué buscando su mirada, pero me ignoro—. Inc