Lola al notar que nadie la seguía pausó la marcha, giró su rostro y sus ojos se encontraron con la mirada llena de fuego de él, que le pareció que los orbes de Alex le quemaban las entrañas, y también se lo imaginó encima de ella, embistiéndola con fuerza, y con esa pasión tan propia de él.
De pronto una intensa lluvia cayó sobre ellos, los dos carcajearon y galoparon hasta las cabañas, los encargados los ayudaron a bajar. Lolita y Alex se adentraron a aquella casita de madera, de inmediato Alejandro encendió la chimenea y comenzaron a despojarse de las prendas mojadas.
Ambos se miraron a los ojos, sonrieron. Se aproximaron uno al otro y empezaron a desnudarse, aprovechando la oportunidad para acariciar sus húmedos cuerpos. Lolita contempló el fornido cuerpo de Alejandro, él era grande, imponente, musculoso, y ni hablar de su imponente erección.
Alex admiró la desnudez de Lolita, se mojó los labios al ver sus firmes y voluptuosos senos, su cintura estrecha, sus amplias caderas,