Alejandro inhaló y exhaló un par de veces, luego se acercó a Lolita, quién no pudo contener sus lágrimas, y al verla así, de inmediato la estrechó entre sus fuertes brazos.
—No voy a permitir que nadie te haga daño —enfatizó, y entonces escuchó los murmullos de las secretarias, giró para verlas sin soltar a Lola. —¿Qué hacen ahí? ¿Por qué no van a trabajar? —recriminó.
De inmediato todos volvieron a sus lugares, y él tomó el teléfono de la oficina y solicitó a Susan que convocara a todos sus empleados.
Una vez que todos se hallaban reunidos en el pasillo, él salió de la mano de Lola.
—Escuche todos —habló en voz alta—. No voy a permitir ninguna falta de respeto hacia María Dolores, ella es mi socia, y puede dar órdenes en esta empresa, además es mi pareja, y el primero que la ofenda queda despedido. ¿Quedó claro?
Susurros y murmullos se escucharon; sin embargo, los empleados asintieron, para no contradecir al jefe.
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María Dolores luego de aquel altercado llegó al centro