Cuando Rebeca terminó sus tareas, ya eran más de las diez.
Había llegado el otoño y las recientes lluvias habían traído consigo un notable descenso de las temperaturas. Quizás estar demasiado tiempo sentada frente al ordenador la había dejado expuesta a las corrientes de aire, porque cuando cerró el portátil y se levantó para darse una ducha, un repentino escalofrío recorrió su cuerpo, seguido de una serie de estornudos.
Después del baño, salió con la nariz congestionada y una sensación de sequedad y ardor en la garganta.
Al darse cuenta de que tal vez estaba resfriándose, y sabiendo que los sirvientes de la casa ya se habrían retirado a esa hora, Rebeca bajó a prepararse una infisuión de jengibre.
Tras terminarse la bebida, apenas había subido las escaleras cuando oyó la voz de Logan: —¿Aún estás despierta?
Rebeca giró la cabeza. —Ahora voy a la cama.
Después de beber el té de jengibre y tomar un medicamento para el resfriado que había encontrado abajo, se sintió un poco mejor.
Pero a