Apolo
Pietro frunció el ceño mientras guardaba el teléfono, y aunque no lo había mencionado en voz alta, sabia que se sentía tan impaciente como yo. El fuerte olor a levadura flotaba en el aire desde la gran fábrica de cerveza a pocas cuadras de distancia. Permanecíamos en las sombras. Agazapados en la entrada de un edificio de apartamentos en ruinas al otro lado de la calle, donde vivía la amante de Frank Madonia, la mano derecha de Vito.
Había entrado en el edificio hacía casi dos horas para su revolcón religioso de tres veces por semana, era el momento para que otro hombre responsable de la muerte de Don Doménico saliera y recibiera su merecido.
Le esperaba un destino menos amable que el del