Caminaba por senderos luminosos, casi podía tocar la naturaleza exuberante del lugar. Sentí una paz nunca antes experimentada. Era feliz, lejos del dolor y los sufrimientos. No deseaba regresar, aún no... Quería recuperar energías en aquel remanso de paz.
- ¿Elizabet? - escuché a lo lejos y la sensación de plenitud se instaló en mi alma. Era mi madre y corrí a su encuentro emocionada, sin embargo, a pesar del esfuerzo y el deseo de acercarme no lograba hacerlo. El camino se iba haciendo más angosto e intrincado y la distancia mayor a cada paso.
- No puedes tocarme, mi vida, no estás muerta y debes volver, todavía necesitas cumplir tus sueños.
De repente el escenario cambió, ya no me encontraba en aquel lugar acogedor, la frialdad e impersonalidad del centro médico me hicieron apreciar mi realidad. Los aparatos extraños y molestos me provocaban una sensación de agonía. ¿Por qué no podía disfrutar feliz de mi vida? ¿Hasta cuándo el destino se enseñaría conmigo?
Con los ojos entr