Rabia

Afuera de la oficina de Salvador, Yona se movía de un lado a otro, con evidente impaciencia. Llevaba un par de minutos observando el reloj de pared, y cada segundo le parecía eterno. Se detuvo frente al escritorio de la secretaria y apoyó ambas manos con un suspiro cargado de tensión.

—¿Sigue Cristina en la oficina del señor Meyer? —preguntó por tercera vez.

La secretaria levantó la vista de los documentos que revisaba y asintió, algo incómoda.

—Sí, todavía está con él.

Yona frunció el ceño, mordiéndose el labio inferior.

—¿Y no han salido ni un momento?

—No, señorita. Desde que entraron, no he escuchado nada —respondió la secretaria, bajando la voz—. Y, sinceramente, prefiero no meterme.

Yona rodó los ojos y se llevó el pulgar a la boca, mordiéndose la uña nerviosamente.

—¿Y si le está diciendo algo que la ofenda? —murmuró para sí misma—. Ay, como le esté levantando la voz, le vuelo la silla en la cabeza.

La secretar
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