Golpe a la dignidad

—¡Oh, por Dios! ¿Ese era Salvador Meyer? —preguntó la señora cuando vio salir al esposo de Cristina.

Cristina asintió, aún tratando de cubrirse con la tela.

—Es mi esposo —respondió.

—No me digas que tú eres la mujer —se sorprendió y la señaló con el dedo.

Cristina prácticamente ya presentía lo que iba a ocurrir. Aquí iba de nuevo: nuevamente sería rechazada solo porque creían que ella había sido quien le había quitado el marido a Mónica.

—Creí que te había visto en algún lado, pero no estaba tan segura. Ahora entiendo por qué tu rostro se me hacía conocido cuando te vi.

—¿Va a renunciar a confeccionarme el vestido, verdad? —preguntó Cristina con algo de desánimo.

—¿Y por qué haría eso? —respondió la señora.

—¿No va a renunciar? —preguntó Cristina—. Muchas de las personas, cuando se enteran quién soy, por lo general me rechazan. Usted sabe... por el escándalo.

La mujer la observó y pareció enternecerse.

—Ay, cariño, que te valga
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