CAPÍTULO 14
Toqué la puerta, expectante. Mis manos sudaban. Amenadiel permanece a mi lado. Desvió mi rostro hacia mi izquierda donde él está y lo encuentro mirándome.
Me regala una media sonrisa y vuelve la mirada hacia el frente.
—Si tengo el rostro sucio debes decírmelo —le digo, ruborizándome.