—Déjame arreglarte el pelo y el maquillaje ahora —me dijo Nan, tomando su bolso que contenía artículos para el cabello y maquillaje. Le sonreí y me senté en el tocador al otro lado de la habitación. Comenzó a trabajar en mi cabello, cepillándolo nuevamente y luego secándolo. Sacó su rizador y lo ondulé, de modo que quedara ondulado y fluyera uniformemente alrededor de mis hombros. Puso un pasador en mi cabello para mantener mi flequillo lateral fuera de mi cara y luego comenzó con el maquillaje.
Para cuando terminó, apenas me reconocía a mí misma.
—Guau —suspiré.
—Te ves increíble —me dijo, poniendo un brazo alrededor de mis hombros—. Se va a morir cuando te vea.
Agarró un frasco de perfume y me roció, haciéndome hacer una mueca porque algo me entró en los ojos.
—Lo siento —se rio.
En ese momento, sonó el timbre y me quedé paralizada.
—¡Por la Diosa! —casi gritó, agarrando mi brazo y tirando de mí hacia la puerta—. ¡Ya está aquí!
Tragué saliva y la seguí fuera de mi habitación. Agarré