—Suéltame —le dije entre dientes.
—¿Cuándo vas a dejar de fingir que no sientes nada por mí, Judy? —me preguntó, con un tono seductor y ojos oscurecidos por el deseo, provocándome un escalofrío—. Sé que todavía me deseas.
—Ni en tus sueños, Ethan —murmuré, soltando mi brazo de su agarre.
—Nos mirabas con esos ojos celosos tuyos —me dijo, sujetando mi barbilla entre sus dedos y obligándome a mirarlo—. No puedes negarlo.
—Estaba viendo cómo alardeabas de tu relación —le respondí—. Fue incómodo e innecesario. Especialmente frente a su hermanito.
Me dedicó una risa burlona.
—No finjas que te importa ese mocoso —se rio—. Ambos sabemos que solo lo estás usando para meterte en los pantalones de Gavin.
—No tienes idea de lo que estás hablando —le dije entre dientes mientras apartaba su mano de mi rostro.
—No vas a engañarme, Judy —se burló.
Entrecerré los ojos y apreté los labios.
—¿Quieres hablar de engaños, Ethan? Entonces, ¿qué tal si me dices cómo se enteró mi decano sobre mi dislexia?
Un