Capítulo 5:

Eros se había sentido herido luego de despertar solo en la oficina. Durante mucho tiempo había imaginado como seria pasar una noche en compañía de Emma, de aquella mujer que sin lugar a dudas había cautivado su atención.

Pero sin lugar a dudas, el jamás se había imaginado el despertar solo luego de aquello.

Eros solía ser quien escapaba de las mujeres y a quienes las mujeres acosaban, por lo que toparse con una mujer que rompía por completo con aquel esquema resultaba ciertamente inquietante para él.

—Y bueno ¿Qué dices, Emma?—dijo el con arrogancia, sosteniendo una sonrisa para ella.

El la deseaba, pero no como su pareja, novia o esposa. El deseaba otra cosa. El la deseaba a ella, la necesitaba. Tanto o incluso más que al oxígeno en sus pulmones.

Sabia que estaba condenadamente mal utilizar al pequeño que ella tenía, pero no podía dejar pasar aquella oportunidad.

El rostro de Emma se calentó, ya fuera por vergüenza o enfado, mientras sus labios se unían en una fina línea.

—¿Acaso crees que porque pase una noche contigo mi compañía ahora es rentable?—siseo ella con un tono letal—. Te equivocas, Eros, no soy una prostituta.

—Claro que no lo eres, Emma—respondió apresuradamente Eros, comprendiendo que había cometido nuevamente un error al emplear sus palabras—. Pero eres una madre con un niño enfermo y muy pocas opciones a su alrededor.

—¿Intentas chantajearme? —siseo ella, clavando una mirada aguda en él.

Emma era lista, demasiado inteligente y astuta. Por ese motivo Eros la había escogido entre todos como su secretaria personal, y también, ese había sido uno de los motivos que consiguió captar su atención por completo.

Eso y su fuerza inquebrantable de voluntad.

Durante tres años, el la había estado presionando al extremo, midiendo su resistencia y tolerancia, hasta que luego de todos esos años, el día anterior le puso un alto. Emma había durado mas que cualquier otro en la oficina, lo cual era ciertamente admirable.

Pero ahora, toda esa fortaleza adquiría un mayor sentido, haciendo que Eros se sintiera vagamente mal por su comportamiento con ella.

—Claro que no, Emma—dijo el con calma—. Mira esto como una especie de trueque. Tú tienes algo que yo quiero y yo tengo algo que tu tienes… Seria algo así como un intercambio.

Ella permaneció en silencio durante algunos segundos que le parecieron eternos, mientras mordisqueaba su labio inferior.

—¿Qué se supone que debo hacer? —susurro ella, mientras se envolvía a sí misma en un abrazo.

>>Todo lo que yo te pida<< se contuvo de decir Eros, mientras se limitaba a esbozar una sonrisa lupina en respuesta.

—Si estas interesada, puedes venir esta noche a mi casa… hablaremos al respecto y te explicare todo—dijo el lentamente, intentando sonar seguro, pero la emoción era demasiado para él. Todo su cuerpo amenazaba con ponerlo de rodillas a temblar.

Emma abrió la boca, preparada para responder, pero justo en ese momento, el pequeño que parecía ser el reflejo casi exacto de ella en miniatura llego.

—Mami ¿Podemos invitar al señor a desayunar con nosotros? —pregunto el pequeño, clavando sus ojos grises en él.

Eros se arrodilló, quedando a la misma altura que el niño. Los niños siempre le habían agradado mas que las personas. Ellos eran honestos y verdaderamente simples, no tan revueltos y complejos como los adultos.

—Puedes llamarme Eros, pequeño… y lo lamento, pero debo irme a trabajar—explico el con paciencia al niño, mientras elevaba la mirada hacia Emma—. Y bueno, Emma ¿Qué dices?

Emma mordisqueo su labio inferior nerviosa, hasta que finalmente algo en su mirada cambio, dándole el valor y la confianza suficiente que ella necesitaba.

—Esta bien, iré esta noche. Pero será bajo mis condiciones—sentencio ella con firmeza.

—Me parece perfecto, Emma—ronroneo Eros, intentando sonar convincente. Pero aquello de que alguien mas tomara la delantera por él le resultaba inquietante.

Mas aun luego de ver la mirada decidida de Emma.

Eros no permaneció mucho tiempo más allí con ellos, a fin de cuentas, le resultaba extraño estar con ella y un niño pequeño allí.

Al cabo de algunos minutos, él se despidió de ambos, pero justo cuando estaba por llegar a la puerta, el volvió la vista hacia el niño pequeño, quien le sonreía de un modo particular.

De un modo que le resultaba extrañamente familiar. Pero antes de poder comprender que era, Emma cerro la puerta a sus espaldas, dejándolo fuera de la casa, y bloqueando la visión de su hijo.

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