Capítulo 2:

—¡Maldito bastardo! —rugió furiosa Emma desde el techo del edificio en el que trabajaba.

El día anterior ella se había enterado que estaba en banca rota. Emma había intentado contactar al hombre con quien se había acostado una sola vez luego de una noche de copas, quien resultaba ser el padre de su hijo. Pero nadie atendió a su llamada.

Ella estaba sola, con una increíble deuda que no podía pagar y un hijo que necesitaba curarse de inmediato, de lo contrario, iba a morir.

>—¡¿Acaso era tan difícil atender una jodida llamada?!—grito ella desde el techo.

Todos en el edificio ya se habían marchado, a fin de cuentas, era el último día de la semana y solo a ella se le pidió hacer horas extra.

Su papeleo ya había sido resuelto sin demasiada dificultad, si lo deseaba podía volver a casa, pero no quería hacerlo, no aún. No luego de haberle prometido a su pequeño Lucas que encontraría la solución para todos sus problemas.

Pero Emma no los había encontrado, al contrario, ella acababa de perder la única esperanza que aún conservaba. La única luz que aun permitía que sus sueños brillaran.

Ella haría cualquier cosa para proteger a Lucas, para salvarlo de aquel destino tan cruel.

>—¡Te odio!—volvió a gritar ella, mientras tomaba un trago largo del wiski que le había robado de la oficina de su  jefe, Eros.

Él se había marchado, y lo más seguro era que ni siquiera notara de la falta de la botella, a fin de cuentas, su oficina estaba llena de estas.

Pero Eros no se había marchado.

—Espero que no estes hablando de mi—dijo Eros con los brazos cruzados al otro lado de la terraza.

Emma se asustó, soltando la botella, la cual estallo en mil pedazos contra el suelo. Pero no se permitió verla, no mientras los ojos de su jefe se clavaban en los suyos con un odio letal.

—Eros… lo lamento, pagare por esto, se lo juro… ¿Cuánto valía esa botella? —se apresuró a decir ella aterrada, sintiendo como su corazón latía con tal violencia, que parecía a punto de escapar de su pecho.

—Mil dólares—respondió cortante el, con aquella mirada indulgente, tan fría como el hielo.

>>M****a<< pensó ella, mientras mordisqueaba su labio inferior con cierto nerviosismo.

>—Y bien ¿Estaba hablando de mí? —insistió Eros, rígido en su lugar.

—No, jamás hablaría de usted de ese modo—se apresuró a decir ella.

>>Ni, aunque pensara cosas mucho peores, jamás se las diría en la cara. No quiero perder mi trabajo<<

Por alguna extraña razón que ella no logro comprender, el rostro de Eros se suavizó ligeramente mientras la observaba con especial detenimiento. Incluso, parecía más atractivo de lo que ya era.

—¿Mal de amores? —pregunto el, señalando con un gesto de la cabeza hacia la botella en el suelo.

Aquello le pareció ridículo a Emma, por lo que no pudo evitar reír de forma casi sarcástica. Ojalá el centro de todos sus tormentos fuera un absurdo mal de amores, aquello simplificaría absolutamente todo.

—Ojalá fuera solo eso, Eros—suspiro ella cansada—. Mi vida es un jodido desastre, el cual me empeño en arreglar sin éxito alguno.

Emma parpadeo, dándose cuenta demasiado tarde de su error. Acababa de tutear a su jefe.

>—Lo lamento, jefe… mi intención no fue faltarle el respeto—dijo ella apresuradamente, mirándolo con los ojos muy abiertos y el corazón desbocado.

Pero para su sorpresa, la expresión de Eros era muy relajada y divertida, mientras la observaba a los ojos.

—En realidad, ya finalizo tu horario de trabajo por lo que puedes tutearme todo lo que desees—respondió Eros con una sonrisa en sus labios, la primera que le veía en toda su vida—. ¿Qué planes tenías para hoy?

Emma parpadeo, intentando salir del estado de conmoción que le generaba ver la sonrisa en los labios de aquel hombre. Ella sabia perfectamente que Eros era un hombre atractivo, sin embargo, jamás había logrado dimensionar su increíble nivel de belleza hasta ese preciso instante en que lo vio sonreír de manera tan natural.

—En realidad no tengo planes para hoy—admitió ella con calma—. Solo volver a casa y prepararme la cena.

La niñera de Lucas se encargaría de prepararle la cena y dejarlo en la cama, estaría junto a el hasta que ella volviera del trabajo.

Aquella sonrisa tan encantadora creció en los labios de Eros, mientras ladeaba levemente la cabeza y le decía:

—En ese caso, sígueme, Emma—su tono fue sensual, casi tentador. Imposible negarse a esa voz tan penetrante, semejante al terciopelo.

o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o

—Te juro que siempre creí que eras un idiota—dijo ella entre risas, sentada en el escritorio de Eros, con las piernas colgando a un lado.

Ante ella, con la corbata floja y los primeros botones de su camisa desabrochados, exhibiendo su pecho, Eros reía de manera risueña, producto del alcohol que infectaba sus venas.

Cuando noto aquello, Emma también rio de manera tonta, a raíz del mismo veneno que infectaba sus venas.

Ambos estaban ebrios en la oficina de Eros, y la botella de wiski vacía era evidencia de aquello. Los dos llevaban mas de una hora bebiendo y riendo de manera tonta.

Ella no le había revelado el motivo de su dolorosa frustración, y el tampoco le había confesado el por que aun se encontraba en la oficina cuando se suponía que debía haberse marchado hacia varias horas.

—No te juzgo, a veces yo también me considero a mi mismo como un idiota—reflexiono Eros entre risas.

—Lo digo de verdad… creí que eras un tonto, cretino, arrogante y fanfarrón que le gustaba esclavizar a sus empleados—arremetió ella.

La sonrisa en los labios de aquel poderoso hombre flaqueo, desvaneciéndose, mientras se inclinaba hacia adelante, hacia ella. Con delicadeza el coloco las manos en la cara posterior de sus muslos, sosteniendo su mirada de manera implacable.

Emma trago duro, sintiendo como una extraña sensación de calor la abrumaba. Durante algunos segundos ella se debatió si se trataba del alcohol en la sangre, o era el efecto de aquella mirada abrazadora del hombre que tenía frente a ella.

—Y ahora, Emma, ¿Qué opinión tienes de mí? —ronroneo el, mientras comenzaba a ponerse de pie, asechándola de un modo sensual.

—Creo que opino lo mismo que todas en la oficina—susurro ella, con un aliento contenido en un suspiro.

El no dijo nada, solo siguió avanzando, escalando a través de su cuerpo, deteniéndose a la altura de su rostro solo para que sus labios rozaran los de ella.

Emma tenia las piernas separadas, por lo que el no tuvo demasiada dificultad para colocarse entre ellas, acariciando sus muslos con las yemas de sus dedos. En todo momento el la observaba, como si estuviera evaluándola, esperando una respuesta por su parte.

Cualquier señal que le diera luz verde para continuar explorando su cuerpo.

>—Creo que eres increíblemente irresistible, Eros—suspiro ella en sus labios—. Eres como una fantasía en mitad de la noche, una que todas desean tener, pero nadie quiere admitir.

Eros sonrió contra sus labios, antes de finalmente acortar la distancia que los separaba para besarla con ardiente pasión.

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