Seduciendo a mí jefe
Seduciendo a mí jefe
Por: Valentian M. Laborde
Capítulo 1:

A lo largo de toda su vida, Emma había aprendido por las malas un par de lecciones duras. Una de ellas era la más importante, jamás confiar en los hombres.

Ellos son capaces de decir las mentiras más dulces y hermosas para obtener lo que desean. Son capaces de pintar el mundo de color de rosa con tal de meterse entre las piernas de una mujer. No tienes escrúpulos y todos son exactamente iguales.

Todos menos él.

—Llevas media hora con ese maldito informe ¿Acaso tienes tortugas en los dedos? —gruño Eros parándose junto a ella.

Emma alzo la mirada, encontrándose con los ojos grises de su jefe.

Muchas mujeres matarían para que esos ojos se posaran en ellas al menos una sola vez en su vida, pero para Emma, aquello más que una bendición era una condena.

Eros era un millonario excéntrico, arrogante, engreído, gruñón y con muy poca paciencia. Para el, lo más importante en el mundo era su empresa, para la cual Emma trabajaba.

—Es el sistema, señor, esta pesado—explico Emma algo nerviosa.

Luego de trabajar durante casi tres años para el cómo su asistente, aun le aterraba cuando este se le acercaba. Su figura era imponente y su poco tacto con los seres humanos lo volvía un ser aterrador.

Un ser con el que Emma tenía que convivir durante casi siete horas diarias.

—No quiero excusas—gruño Eros, inclinándose ligeramente hacia ella—. Resuélvelo rápido o te quedaras haciendo horas extra.

Con la misma violencia con la que se había plantado ante ella, Eros se volvió a su despacho. Una vez sola, Emma se permitió respirar, mientras sentía como su corazón aun latía de manera violenta en el centro de su pecho.

>>Maldito idiota<< pensó ella, mientras intentaba buscar una solución para la pila de papeles que tenía que cargar al sistema.

Emma creía en la amenaza de Eros. Mas de una vez él la había obligado a quedarse luego del trabajo solo para resolver tonterías.

Pero ese día ella no podía quedarse horas extra, su pequeño hijo tenía cita con el médico y no podía perderse el turno.

Desde hacía casi un año, Emma era madre soltera. El padre de su pequeño hijo Lucas, había decidido que no quería esa responsabilidad para su vida, abandonándola cuando su hijo apenas había cumplido dos años.

A partir de ese entonces eran solo dos. Emma y Lucas, contra todas las adversidades que la vida le había presentado.

Pero ahora, esa adversidad era más grande de lo que nadie podía imaginar. Lucas estaba enfermo y nadie sabía realmente que tenía.

El tiempo pareció desvanecerse con gran rapidez, mientras Emma luchaba por realizar el mejor trabajo posible en la menor cantidad de tiempo estimada. Sin embargo, no logro cumplir con el objetivo deseado.

Aterrada, cuando la hora de irse llego, Emma fue hasta la oficina de Eros con una inusual petición.

—Señor, el archivo no está completo, aún faltan datos—dijo ella, intentando mantener su postura recta y la mirada en él.

Sin apartar los ojos de su ordenador, Eros respondió:

—¿Y qué haces aquí? Ve a terminarlo—gruño de mal modo.

Emma trago duro. Por su hijo, ella iba a reunir todo el valor que cabía en su interior.

Igual que un animal, ella expuso sus dientes en algo que se asemejaba a un gruñido, mientras apoyaba las palmas de sus manos sobre la mesa dejando un sonido violento a su paso. Aquello fue suficiente para que Eros elevara sus azules ojos, centrándolos en ella.

—Te informo que ya finalicé el cronograma solicitado y mañana continuare con lo que hoy no pude realizar. Ahora me marchare para poder llegar a tiempo a una cita—dijo ella con un tono autoritario y frio— ¿Está bien?

Eros se la quedo viendo durante algunos minutos demasiado largos, con la boca medio abierta. Emma jamás había reaccionado de aquel modo tan salvaje, ni siquiera cuando él la llevaba al límite de tolerancia posible. Sin embargo, ahora, por una tontería, ella había estallado.

—¿Tienes una cita? —pregunto el lentamente.

—Si… ¿Hay algún problema con eso?—respondió lentamente Emma. Aquella corriente de adrenalina que había surcado todo su cuerpo comenzaba a desvanecerse en su interior.

Eros sostuvo su mirada durante algunos segundos más, ella podía ver que los engranajes en su mente. Pero antes de que ella fuera capaz de descubrir sus pensamientos, el aparto la mirada, volviendo a centrarla en la pantalla del ordenador ante él.

—Está bien, ve Emma—dijo el con aquel tono tan seco que lo caracterizaba.

Sin perder un segundo, ella se apresuró a salir de la oficina, pero Eros volvió a hablarle:

>—. Otra cosa, Emma. Mañana te quedaras haciendo las horas extra que hoy no haces. No habrá favoritos en mi empresa. Ni siquiera tú, Emma.

>> ¿Favoritos? << Emma casi se hecha a reír al oír aquella tontería. Pero simplemente asintió con la cabeza antes de salir del lugar sin volverse ni una sola vez.

Pero de haber vuelto la vista una sola vez, un solo segundo, habría visto a Eros mirándola fijamente, de un modo contemplativo. Casi reverencial.

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—¿Te duele el brazo cariño?—le pregunto Emma a su pequeño Lucas, mientras sostenía su mano en la camilla.

—No tanto, mami—respondió el pequeño de cabellos castaños, iguales a los de ella.

Emma le sonrió, orgullosa del pequeño que había educado. Sin embargo, con el correr del tiempo, ella había aprendido a leer las mentiras que el pequeño solía decirle para evitar que ella se preocupara por él. Lo más seguro era que el brazo le dolería, pero el pequeño se mantendría fuerte por ella.

—Me recuerdas mucho a los guerreros vikingos, Lucas… creo que eres incluso más valiente que ellos—le susurro Emma al pequeño.

Lucas observo a su mamá con una sonrisa brillante y orgullosa, puesto que el pequeño amaba los vikingos desde que había encontrado un viejo libro con dibujos de esos guerreros legendarios.

Ella abrazo a su pequeño, mientras veía como un médico llegaba hasta ellos con rostro serio. Emma había aprendido a estar preparada para las malas noticias, pero no se imaginó jamás que sería aquella.

—¿Emma Folking? —pregunto el doctor, ella simplemente asintió con rostro serio, preparando su coraza de hierro para envolverse en ella junto a su pequeño—. Lamento informarle que su tarjeta fue rechazada.

Ella parpadeo sorprendida. Esa no era la respuesta que esperaba.

—¿Intento con ambas tarjetas? —susurro ella con un hilo de voz.

Un asentimiento por parte del médico.

—Ambas fueron rechazadas, por lo que no pudimos realizarle los estudios pertinentes—explico el hombre con tono serio—. Lo lamento mucho.

—No lo entiendo…—susurro ella, sintiendo como el nudo en su corazón se apretaba con más y más fuerza. Ella sentía como si el aire en sus pulmones le faltara.

—No cuenta con fondos suficientes, señorita—explico el doctor con rostro serio—. Usted está en banca rota.

Al oír aquellas palabras, el mundo que Emma había construido para ella y su pequeño Lucas se vino abajo.

No había ninguna salida para ella, a excepción de una. Solo un hombre podía salvarla de la ruina total… solo un hombre podía salvar a su hijo de morir.

Emma tendría que tragar su orgullo e ir con el padre biológico de Lucas. Incluso aunque este no supiera de su existencia.

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