XXIII.

Encontraba vacía su alma al igual que su casa, sin la alegría que causaba su tía Marilyn. Ahora que, estaba de malas con su malvada abuela, el único refugio que le quedaba era pasar las mañanas en compañía de su dulce abuelo frente al piano. Extrañaba todo, las palabrerías sin fin que su tío Ángel el grande en los negocios, emitía al llegar a casa, prácticamente todo el día explicando cada paraje de cada uno de sus viajes. Su ánimo había decaído de manera tal que ni deseaba compartir con su amiga de la infancia Monique para enterarse de los avances de su relación con el gentil y dedicado Sr. Forrest.

Escuchaba con deleite la mágica melodía que interpretaban los virtuosos dedos de su abuelo, mientras recostada en un diván se libraba de toda preocupación, la música le permitía poner su mente en blan

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