XXII.

A medida que sus pensamientos se ocupaban solo en pensarla, aumentaba la desazón que sentía por no ser capaz de sacarla de su cabeza. Emiliana Winchester, la joven con el torbellino de emociones, se había vuelto casi una obsesión para él, pero, decidido a despejar su mal humor causado por el recuerdo del mal comentario hecho por la chica, camino de la casa hasta el despacho sacando provecho del día nublado que se respiraba fresco y sereno, ideal para liberar su mente.

Todo cuanto iba observando a lo largo del camino le recordaba la chiquilla caprichosa, el cabello cobrizo de una mujer que cruzó la calle, un perfume frutal de una señora que pasó a su lado, ese aroma lo enloquecía, el azul de sus ojos los comparaba con el cielo al moverse las nubes, una delicada voz que viajaba acompañándolo. Durante su caminata no había hecho otra cosa que repetir el nombre de Emiliana, en

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