Mientras el sol comenzaba a despuntar tras las montañas, Verónica y Emanuel se despertaron abrazados, con las sábanas enredadas y el corazón ligero. Habían recuperado el tiempo perdido, y ambos estaban encantados de vivir ese presente que tanto se merecían.
Verónica, con una sonrisa traviesa mientras se acurrucaba contra él, le dijo:
—Bueno, señor incómodas cuotas, debo admitir que estoy disfrutando mucho de este "plan de pagos".
Emanuel la miró con ternura y respondió mientras le acariciaba el rostro:
—Me alegra saberlo, porque pienso seguir cobrándote cada día de nuestras vidas.
Entre risas, Verónica tomó su celular para escribirle un mensaje a Caro. Quería asegurarse de que supiera que no volvería esa noche. "Hola, hija. No voy a dormir en casa. Avísale a tu abuela, ¿sí? Te quiero".
Mientras esperaba respuesta, Emanuel miró el mensaje por encima de su hombro y bromeó:
—¿Qué le dijiste? ¿Que te secuestré?
Verónica sonrió mientras dejaba el celular en la mesa.
—No hace falta, ella ya