Kimberley le sonrió al hombre y bajó del vehículo, miró a su alrededor por sentirse desorientada hasta que divisó el lugar donde tenía la oficina su abogada. Ingresó cabizbaja a pesar del buen momento en el taxi, y Amelie se levantó de su asiento para abrazarla.
La asistente la había hecho pasar sin anunciarla.
—¡Estás fatal, cariño! —exclamó al ver el rostro de la joven—. Siéntate y cuéntame todo.
—De acuerdo. —La joven obedeció.
—¿Quieres algo para tomar?
—Solo un vaso de agua.
—¡De acuerdo! —La abogada