La semana pasó rápido para los pequeños, a pesar de que cada veinticuatro preguntaban cuánto faltaba para viajar. El viernes llegó y los niños aparecieron con ropa de calle en la habitación de sus padres, sobresaltando a la pareja.
—Papi, mami. —Ingresaron a la habitación gritando..
—¡Carajo! —espetó Kimberley asustada.
—Mami —exclamó asombrada Siena.
—No tiene que entrar gritando a la habitación —protestó la mujer aturdida.
—¡Lo siento, mami! —exclamaron al unísono con tristeza.
—No entristezcan pequeños, s