Tadeo agarró su teléfono e hizo una videollamada grupal, volteó la cámara hacia atrás y se acercó sigilosamente hacia la puerta.
Justo cuando puso la mano en la manija, la puerta se abrió desde adentro.
Ana vio a Tadeo actuando sospechosamente y frunció el ceño: —¿Qué estás haciendo?
—¡Nada, nada!
Tadeo instintivamente escondió el teléfono detrás de su espalda, pero ya era inútil.
Del altavoz salió la voz de Jorge: —Tadeo, ¿qué diablos estás haciendo? ¿Nos despertaste en plena madrugada solo para que nos veamos a nosotros mismos?
Tadeo suspiró resignado.
Ana entrecerró los ojos, mirando fijamente el rostro de Tadeo que sudaba por los nervios.
Ana: —¿Estás transmitiendo en vivo?
—¡No! ¡Para nada!
Justo cuando Tadeo se devanaba los sesos buscando una excusa, se escuchó el sonido de la cerradura de la puerta principal.
Javier llegó cargando un maletín médico portátil, caminando a grandes pasos.
—¿Dónde está Gabriel?
Javier pasó media hora examinando a Gabriel. Solo después de confirmar qu