Al escuchar el nombre de Mateo tan repentinamente, Ana entrecerró ligeramente los ojos.
—¿Qué le pasa?
Fabiola guardó silencio por un momento, recordando el aspecto de su hijo al despertar, con una mirada compleja.
Después de un instante, dijo:
—Lo sabrás cuando lo veas.
No era que Fabiola no quisiera contárselo, sino que no sabía cómo explicarlo.
Al fin y al cabo, la degeneración de la memoria era algo demasiado desconcertante.
Los médicos habían dicho que no afectaba a su inteligencia, solo que sus recuerdos habían retrocedido a cierta etapa de su vida, y ni siquiera ellos podían predecir cuánto tardaría en recuperarse.
Mirando el teléfono después de colgar, Ana tuvo un mal presentimiento.
Pero no le dio muchas vueltas. De todas formas, ella y Mateo ya habían roto definitivamente.
Si él volvía a acercarse imprudentemente, sería por puro descaro.
Ana apagó la luz y se sumergió plácidamente en el sueño.
Al día siguiente cuando despertó, su teléfono volvía a estar saturado de llamadas.