El teléfono de Ana estaba en silencio. El celular vibró en su mano, y Mateo echó un vistazo rápido a Ana, quien estaba concentrada manejando.
Con nerviosismo, colgó la llamada.
—Contraseña: seis seises.
Ana recordó tardíamente que no le había mencionado a Mateo sobre la contraseña, y los números que salieron de su boca atravesaron completamente el corazón de Mateo.
Era como si miles de agujas de plata se clavaran densamente en su corazón.
Un dolor que casi lo sofocaba.
Antes, todas las contraseñas de Ana estaban relacionadas con él.
Ya fuera su cumpleaños o el aniversario de cuando comenzaron a estar juntos.
Además, Mateo podía ver el celular de Ana en cualquier momento; la contraseña de la pantalla de bloqueo o cualquier otra cuenta, podía acceder a todas libremente.
Ana no tenía ni un ápice de privacidad frente a él.
Pero ahora...
Ana había cambiado su contraseña.
En el pasado, él pensaba que estos comportamientos de Ana eran infantiles, y la había regañado con impaciencia: ¿no podía