Como si hubiera tomado una decisión definitiva, Ricardo apretó fuertemente el puño.Ana observaba cada cambio en su expresión.
Finalmente, preguntó lo que llevaba tiempo queriendo saber:
—Ricardo, ¿ustedes ya sabían que no tengo ningún lazo de sangre con ustedes?
—Sí, nosotros...
Ricardo respondió por instinto, sin pensar. Cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde.
Ana lo miraba con una expresión de confirmación.
Siempre había tenido una respuesta en su interior, pero nunca había sido confirmada.
Ahora, finalmente tenía una respuesta concreta.
Por la actitud de Ricardo y Laura hacia Isabella, parecían buenos padres.
Pero ese amor solo era para quienes compartían su sangre.
Ella, Ana, había sido siempre una extraña.
Desde pequeña, le exigían severamente. La castigaban con golpes o encerrándola cuando cometía el más mínimo error. Cada gasto estaba meticulosamente contabilizado.
Todo porque no era de su sangre.
Ana quiso reírse, pero no pudo.
—Ana...
—Estoy bien.
Una respuesta que ya sa