Capítulo 18
Bajo la mirada horrorizada de Alejandro, Gabriel le pisó directo la mano derecha. La palma ensangrentada se hundió en el suelo, aplastada con fuerza. Un grito desgarrador resonó por todo el reservado. Los camareros que habían llegado afuera sintieron un escalofrío recorrerles la espalda. ¡Este señor era realmente cruel!

Detrás de las gafas de Gabriel, sus ojos estaban llenos de una distante y tenebrosa furia; las súplicas de Alejandro no tuvieron el menor efecto. Él no podía creer que esa miserable escoria se atreviera a codiciar a alguien a quien él mismo apenas se atrevía a tocar. Cuanto más pensaba en ello, más se intensificaba su deseo de matar.

—Don Gabriel, lo siento mucho, yo… no sabía que Ana era… era suya, por favor, ¡por favor, perdóneme!

¡Si hubiera sabido que Ana era de él, ni siquiera se le hubiera ocurrido tocarla !

El instinto de supervivencia hizo que Alejandro olvidara por un momento la relación entre Gabriel y Ana. Solo sabía que no quería morir.

—Esa boca tuya, cr
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