Adriano la siguió con la mirada mientras ella salía del establo. Esperó a que el ladrido de los perros ya no se escuchara, como tampoco las voces de los efectivos policiales, y entonces se arrastró con mucha dificultad para salir de debajo del tumulto de paja y lodo.
Estaba temblando de frío, podía sentir como su cuerpo se estremecía y el hielo le calaba hasta los huesos. Se tendió sobre el heno limpio y seco y cerró los ojos.
Angelina entró de nuevo en el convento y se deslizó sigilosamente por el lugar en busca de todo lo que necesitaba, recordó que Sor Juana había preparado agua de rosas como aromatizante natural para la capilla y que estaba en el almacén, así como las barras nuevas de jabón.
Se infiltró y tomó lo que necesitaba para regresar lo más rápido posible, pero a mitad de camino recordó que no tenía una muda de ropa limpia para que el enfermo se cambiara.
— ¿De dónde voy a sacar ropa de hombre? — Se detuvo a pensar por un momento.
De pronto, en medio de un rayo de ilum