Estela caminaba entre lápidas, arropada bajo una esencia lúgubre que no daba tregua a su alma desde la tragedia de su familia, sólo deseaba poder haber sepultado a su hija así como lo hizo con su padre. Se detuvo frente a su tumba con un rostro inexpresivo sintiendo el torbellino de emociones que movía su corazón, a veces la invadía la nostalgia al reconocer el inminente deceso de su padre, el hombre que le dio la vida y que siempre estuvo con ella aún después del abandono de su madre; y al mismo tiempo se manifestaba el odio al recordar que fue aquel señor quien asesinó a su única hija, la razón de su vida. Era una pesadilla que cercenaba hasta el último pedazo de su corazón; y de la que no sabía cómo despertar.
-Lamento lo que sucedió con su padre, Estela. –Escuchó la mujer fijándose en el hombre de cabello canoso y frondosa barba que estaba a escasos centímetros de ella.
-Conoció a mi padre. ¿Cómo?–Pronunció Estela sin inmutarse de su fría expresión.
-Coincidimos en algunas reun