Capítulo XLVII

Me reclino contra el inodoro, vomito todo lo que puedo y gimoteo. Mi estómago se vuelve a remover. Me echo en la pared de porcelana sentada de medio lado con una picazón debajo del cuerpo y los ojos en el techo. Calculo el tiempo; falta poco para poder marcharnos.

Luego del ajetreo vino la calma. Se comunicó al público interesado —nada nerviosos, eran más fingidos que mis actos— que fue una sorpresa hecha para advertirles qué tan influyentes y poderosos podían ser, pues los hicieron pegar brincos y amilanarse, así como iban a hacer con la población humana. Buen marketing. Río. Pero sé que buscan respuestas en cualquier rincón que puedan allanar y lastimosamente me podrán ubicar en uno.

Después siguieron con lo programado como si nada hubiese pasado.

En un estado de ánimo fatal, me sumí en un cansancio que no esperaba hasta caer aquí

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