En comisaría, Yerai se estaba volviendo loco al no aparecer ni su becario ni la única otra víctima que quedaba libre, con vida y sin haber sido atacada ya. Los nervios le comían vivo mientras miraba el reloj, tal vez por una vez en su vida había decidido ser puntual y no llegar diez minutos antes.
La puerta del ascensor se abrió justo a en punto, lo que hizo que Yerai se girase rápidamente a mirar, deseando, casi rezando, por ver a Ibai entrando por la puerta con una cara de niño bueno que pide perdón por llegar tarde por primera vez.
No fue él quien entró, así que el terror lo inundó por completo. Cogió el teléfono móvil y buscó el contacto, el único que tenía un corazón junto al nombre.