Cuando al llegar a comisaría no estaban ni Sam ni Ane, tanto inspector como becario se asustaron.
—Yo llamo a Ane, tú llama a Sam. —Ibai se limitó a asentir y a coger el móvil rápidamente para teclear el nombre de su amigo y así llamarlo.
Un pitido, dos, tres... Los nervios empezaban a llenar el cuerpo del universitario, pensando lo peor, hasta que escuchó como descolgaban.
—¿Sí?
—Sam... ¿Sam estas bien?
—Si, claro, siento tardar pero estoy en el autobús y est&aa