– Enfatiza la presión y exposición de los peleadores frente al público y los evaluadores. Durante la última estación de control mental —una prueba de reacción bajo presión con estímulos impredecibles—, George Alley y Mauro Téllez coincidieron en el mismo circuito. El roce era inevitable. Los empujones comenzaron como parte del ejercicio, pero la competitividad encendió la chispa.—¿Quieres que te muestre cómo se hace esto, mocoso? —espetó Mauro con una sonrisa burlona tras interceptar a George.—¿Por qué no lo intentas, gorila? —respondió George sin pensar, empujándolo con el hombro.El siguiente golpe no fue accidental. Mauro giró y lanzó un derechazo que George esquivó por instinto. Lo que vino después fue un estallido de furia: ambos se abalanzaron uno sobre el otro, intercambiando golpes mientras los demás peleadores se apartaban.—¡Eh! ¡Basta! —gritó Olivia, corriendo hacia ellos.Ted también se apresuró desde el otro extremo del campo, maldiciendo entre dientes.—¡Alto ahora, id
En un rincón, Salazar seguía de pie, con la hoja en la mano, aún sin sentarse. Su nombre al lado del de Daris Sanvicente. Uno de los favoritos de Mull. Lo había observado de lejos. El tipo tenía experiencia, y también arrogancia. Salazar no decía nada. Pero Olivia, que lo miraba a la distancia, sabía que su silencio era solo una calma antes de la tormenta.Everardo y Logan discutían en voz baja sobre los combates, especulando con quién saldría mejor parado. Logan observaba los nombres con una atención inusual, como si estuviera leyendo más allá del papel.—La mitad de estos están nerviosos, la otra mitad sobreconfiados. No sé quién va a caer primero, pero no serán todos los de Fondacaro. —dijo Logan, casi para sí mismo.Frankie entró en la sala, interrumpiendo la conversación.—Diez minutos para la última preparación. Luego, al cuadrilátero.Todos se pusieron de pie casi al mismo tiempo. La energía era diferente ahora. No estaban entrenando… estaban por pelear.Y cada uno lo sabía.La
Del otro lado, Daris Sanvicente apareció agitando los puños al aire, respondiendo al aliento de su equipo. Era musculoso, veloz, un animal de instinto afilado. Trevor Mull, su manager, caminaba a su lado como si ya estuviera celebrando. Edgar Garrison, su entrenador, no apartaba la vista del cuadrilátero.Cuando ambos subieron al ring, el ambiente se tensó como una cuerda a punto de romperse. Olivia observaba desde su posición, sabiendo que no podía interferir. Esta no era una pelea estratégica. Era personal. Era inevitable.Primer asalto: el respeto de los titanes.Daris fue el primero en atacar, buscando la movilidad, provocando a Salazar con fintas veloces. Pero Salazar no se movía por impulso. Esperaba. Medía. Bloqueaba. Sus golpes, escasos pero precisos, impactaban como martillazos en el cuerpo del rival. Daris retrocedía cada vez que sentía el poder tras esos puños.Trevor gritaba desde la esquina:—¡Muévete! ¡No lo dejes plantarse!Pero Salazar no necesitaba perseguir. Donde es
Salazar se dejó caer con un gruñido al borde de la cama, el cuerpo resentido por los golpes de la pelea. Olivia cerró la puerta tras de sí, cruzándose de brazos. La tensión entre ellos parecía empujar el aire hacia los bordes de la celda.—Vas a necesitar curarte —dijo, sin acercarse—. Hay vendas y desinfectante.—Sí —respondió él, mirándola de reojo—. Pero prefiero que lo hagas tú.Ella bufó, pero no discutió. Caminó hasta el botiquín y comenzó a preparar los materiales. Se agachó frente a él, sin mirarlo directamente, mientras mojaba un algodón con desinfectante.—No te emociones. Solo estoy haciendo esto porque no quiero que se te infecten los moretones. —aclaró.—Lo sé, lo sé… mi celda glamorosa, mis heridas tratadas, pero nada de premio —murmuró él con una sonrisa torcida—. ¿Ni un beso de buenas noches?Olivia levantó los ojos con una expresión impaciente.—Ni lo sueñes, Salazar.Él rió, una risa baja y áspera que le hizo cosquillas en la piel.—Vale… pero ¿compartimos la cama? ¿
—Sabía que había algo más. Este lugar… no era solo un centro de entrenamiento. Aquí operaban cosas ocultas, manipulaciones, estrategias desde mucho antes de que llegáramos.Charly la miró con gravedad.—Si alguien descubre que estuvimos aquí...—Lo sabrán tarde o temprano. Pero si no entendemos el origen de todo esto, seguiremos repitiendo los errores —dijo Olivia con firmeza—. Prométeme que seguirás viniendo aquí conmigo. Que investigaremos todo.—Lo prometo —respondió él sin dudar.En medio del caos de libros y secretos olvidados, sus lámparas eran las únicas luces que titilaban en la oscuridad. Dos buscadores de verdad en una prisión que solo mostraba máscaras.Los minutos pasaban dentro del salón oculto, y Olivia no dejaba de hurgar entre montones de papeles rotos, cubiertos de polvo y tiempo. Mientras Charly examinaba algunos planos oxidados, ella halló un libro con la cubierta de cuero resquebrajada por los años. En letras doradas, apenas legibles, decía: Remedios Naturales y Us
Ethan despertó y abrió los ojos dándose cuenta de que era un sueño, entonces vio a la rubia encima de él, la detuvo antes de que sus dedos tocaran parte de su cara.—Pamela, lo sabes, no puedes tocar mi cicatriz. —dijo molesto.Todavía sorprendido por haber impedido que sus dedos le tocaran, la sujeta por las muñecas y sin ningún descuido, la rubia no se explica cómo ahora está encima de ella.Al girar tan rápido sobre la cama, que no es tan grande, ambos se miran, él la suelta, levantándose y poniéndose los bóxers y los pantalones.—Lo, lo sé, lo siento, cariño. —dice dudando un poco.Él sólo sacude la cabeza.—Solo vete, no quiero pelear ahora. —le dice.—Lo siento. —le dice mientras lo dice con cariño.Ethan asiente, es un chico atlético de pelo corto castaño oscuro, es alto y tiene los ojos grises oscuros.—Pamela solo quiero que entiendas y respetes lo único que te pido, por eso eres la única de Fancy que veo, y si lo vuelves a intentar, ya sabes lo que pasará. —le dice Ethan.Pa
Olivia estaba dentro de una camioneta blindada, sentada con otros chicos y chicas jóvenes, notó que debían tener entre 20 y 30 años, más o menos, había buena ventilación.Solo llevaba un pantalón, una blusa y una sudadera muy abrigada con botas y su mochila, el baúl que le había regalado su tío, decidió dejarlo a cargo de Luis, ya que no sabía si volvería a ver a su tío una vez que saliera de Yernimo.—Hola, me llamo Victoria.—Hola Victoria, me llamo Olivia.Ambas comienzan a hablar entre ellos, mientras continúan dentro de aquel auto una vez que sienten que se detiene y abre ambas puertas.Anuncian bajarse apresuradamente, con voz seria y a veces provocada por la ira, la frustración o el miedo. Se bajan y salen de donde estaban y ante sus ojos, un gran campo donde los reunieron a todos, ella se da cuenta que son demasiados y nuevos.En eso los dividieron separándolos de hombres a mujeres, llevándolos guiados por los agentes, entraron por un pasillo algo grande, llevándolos a sus res
—En esa parte, sólo se especializan en carreras de coches.—Y que pasa con los otros, los clanes, los del bar y los de la cocina.—Lo mismo tienen que cumplir, pero es peor con los mánagers, entrenadores y luchadores, es la causa de que los luchadores sigan esperando un buen mánager que a veces se niegan a aceptar, cuando ven la situación y prefieren quedarse estancados aquí.—Isabel, hay una forma de evitar no cumplir y no pasar a Errarás.Isabel negó y dijo:—No hay manera Olivia, se te tendrá que ocurrir otra idea, si no quieres ser gerente y entrenadora.Sabía y conocía a Isabel, al verla contestar tan rápido a lo que le había dicho, porque había una posibilidad de no pisar a Errarás, Olivia se limitó a sonreír y firmó los papeles.Isabel asintió, sacó la carpeta con los papeles firmados y le entregó una pequeña torre de carpetas con papeles, que empezó a revisar uno a uno, donde tenía una foto del luchador, nombre, edad, procedencia, ciudad y cuantos combates había ganado o perdi